Cuatro horas en Chatila (fragmento)Jean Genet
Cuatro horas en Chatila (fragmento)

"Se alejó del muerto y de mí rápidamente. De lejos me miró y desapareció por una callejuela transversal. ¿Qué calle cogería ahora? Estaba acosado por hombres de cincuenta años, por jóvenes de veinte, por dos viejas señoras árabes, y tenía la impresión de estar en el centro de una rosa de los vientos cuyos rayos contuvieran cientos de muertos. En medio, cerca de ellas, de todas las víctimas torturadas, mi espíritu no podía deshacerse de esta “visión invisible”: ¿cómo era el torturador? ¿quién era? Lo veo y no lo veo. Me arranca los ojos y su forma será para siempre la que dibujan las poses, posturas, gestos grotescos de unos muertos devorados al sol por nubes de moscas. (...) Aquí, en las ruinas de Chatila, ya no queda nada.
Algunas mujeres ancianas, mudas, se esconden rápidamente tras una puerta en la que hay un trapo blanco clavado. Algunos fedayines muy jóvenes, a algunos de los cuales reencontraré en Damasco.
La elección que hacemos de una comunidad concreta, sin contar la nativa, se opera por la gracia de una adhesión irracional, no es que la justicia no intervenga, pero es que esta justicia y la defensa de toda una comunidad se hace en virtud de una atracción sentimental, incluso sensible, sensual; soy francés, pero francamente, sin racionalismos, defiendo a los palestinos. Tienen el derecho puesto que los amo. ¿Pero los querría si la injusticia no hiciera de ellos un pueblo vagabundo?
Casi todos los edificios de Beirut, en lo que aún se llama Beirut Oeste, están tocados. Se resquebrajan de distintas formas: como un milhojas chafado entre los dedos de un King-Kong monstruoso, indiferente y voraz; otras veces los tres o cuatro últimos pisos se inclinan deliciosamente siguiendo un pliegue muy elegante, un pliegue libanés del edificio. Si la fachada está intacta, dad la vuelta a la casa, las demás caras del edificio están acribilladas. Si ninguna de las cuatro caras tiene fisuras, la bomba soltada por el avión ha caído en el centro y ha hecho un pozo de lo que era el hueco de la escalera y el ascensor.
En Beirut Oeste, tras la llegada de los israelíes, S. me dice: “Había caído la noche y debían de ser las siete. De pronto un gran ruido de chatarra, de chatarra, de chatarra. Todo el mundo, mi hermana, mi cuñado y yo corremos al balcón. Noche muy negra. De vez en cuando destellos a menos de cien metros. Sabes que frente a nuestra casa hay una especie de puesto de mando israelí: cuatro carros, una casa con centinelas ocupada por soldados y oficiales. La noche. El ruido de chatarra que se aproxima. Los destellos: algunas antorchas luminosas. Y 40 ó 50 niños de doce o trece años que golpean cadenciosamente pequeños bidones de hierro, con piedras, con martillos o con otras cosas. Gritaban muy fuerte y acompasados: Lâ ilâh illâ Allah, Lâ Kataib wa lâ yahud (No hay más Dios que Dios, no a los kataeb, no a los judíos)”.
H. me dice: “Cuando viniste a Beirut y a Damasco en 1928, Damasco estaba destruido. El general Gouraud y sus tropas, destacamentos de tiradores marroquíes y argelinos, habían arrasado y devastado Damasco. ¿A quién acusaba la población siria? "



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