El hachador de Altos Limpios (fragmento)Juan Draghi Lucero
El hachador de Altos Limpios (fragmento)

"Aquella multitud de congojas asomadas a la piedra vertical, amenazante, tenían vida efímera en el transcurrir de los milenios por obra del socavar pluvial y eólico. Los cinceles del frío y los mazazos del calor martillaban la piedra cavilosa, labraban arquitecturas de mil formas y luego las derrumbaban y volvían a la interminable obra de presentar la novedad de edificios inverosímiles... Allí se admiraba la plástica dura, primitiva, de medida andícola, para hombres de prehistoria. Esos colosales tajos en la piedra me lastimaban en lo hondo de mi ciudadana sensibilidad.
Pequeñísimo detrás de un pedrusco, yo trataba de acomodar mi espíritu a aquel paisaje escombrado, geológico... Sentía los fuertes mordiscos de la fuerza mineral, hostil, grandiosa. Cuchilladas de otro sentir me temblaban en las carnes. El resollido de tanta piedra vencida clamaba bajo el reverbero del sol indio. Las altísimas murallas, en trance de caer y aplastarnos, aguantarían aún siglos de verticalidad amenazada, agrietada, hasta que al fin cederían y se abatirían sobre el lecho de peñascales. Todo ese mundo de piedra en lucha, levantaba remolinos desconcertantes en mí... Pero sobresalía como esfuerzo paciente y dominante, la prueba del luchar humano con el signo de la superioridad, todo en la figura cenceña de don Lucas. Él representaba al Hombre que domestica a la bestia, que usufructúa los escómbrales del páramo, que ennoblece con los signos del espíritu a la materia ciega, aunque vaya detrás del lucro. Don Lucas empuñaba la luz del Hombre en aquella noche geológica.
Pasaban horas y horas en las pruebas de la paciencia serrana. Cansado, lastimado por mundos disformes, consideraba lo muy poco que podía ver del mentado arte de cazar del hurón. A distancia, guardando celado silencio y escondiéndome por recomendación, solo podía echar furtivas miradas en busca de la bestiezuela domesticada. Todo era paisaje ofensivo para mí... Al fin apareció sobre el lomo filoso de un negro pedrusco y haciendo visible esfuerzo por arrastrar, retrocediendo, una chinchilla que gritaba desesperadamente. Apenas pude apreciar esta escena. Don Lucas se precipitó al encuentro de su servidor, le arrebató la pieza y no vi más porque el cazador me daba las espaldas.
Me sentía burlado. No podía yo descubrir las habilidades del hurón por no haber visto nada. ¡Y pensar que yo me prometía hacerme lenguas ante los tradicionalistas sobre esta habilidad que para mí caía dentro del folklore laboral! Levanté la vista al cielo y solo vi un gran cóndor que trazaba círculos en el azul. Algún pajarillo descolorido coronaba algún pedrusco. Todo trascendía a lastimante soledad, a sobresalidas medidas, a reventones geológicos. "



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