El siglo pitagórico y la vida de don Gregorio Guadaña (fragmento)Antonio Enríquez Gómez
El siglo pitagórico y la vida de don Gregorio Guadaña (fragmento)

"Busqué un garrote acomodado, me puse de ronda y fui a las nueve de la noche con Pablillos a dar fin al duelo.
Había mi Sebastián mudado de parecer, y en lugar del beneficio que le quería hacer, me tenía la justicia en su casa para salir al primer golpe y prenderme. Fue así; llegué a levantar el palo y dio conmigo un primo hermano de Téngase-a-la-Justicia con su escribano, diciendo a voces que venía a matar a Sebastianillo a su casa. Me agarró un corchete, y el alguacil dos, y como si fuera el mayor ladrón del mundo, así me llevaban por la calle, quitándome la espada y llevándose el garrote por testigo. Al llegar a la de Toledo, procuré ser Sansón contra aquellos filisteos; di dos golpes al escribano en la boca del estómago y vino a tierra; al alguacil le solté la capa y al corchete la pretina, y con más ligereza que ellos diligencia me puse en mi posada. Salió mi criado a recibirme y, admirado de verme gentilhombre de a pie, me preguntó si me habían capeado algunos ladrones; yo le dije que sí (y era verdad). Me puse nueva librea y me llevé debajo de la capa un garrote de tres palmos y medio, algo más seguro que el primero, con intención de suplicar a mi Sebastianillo que, pues no había querido recibir los palos de burlas, los recibiese de veras. Tomé la espada y daga de mi criado y con más cólera que atrevimiento me fui a su casa.
Hacía la noche calurosa y estaba el pícaro sentado en una silla a la puerta tomando el fresco; pero como le faltaba abanico, llegué con el de encina que traía en la mano y dile una docena de palos, salvo error de cuenta, tales que bastaron a tenderle en el suelo, y sacando la daga le di un chirlo de cosa de diez puntos cirujanos, tan malos que ninguno se los quitara por el tanto. El quedó como merecía y yo me fui como deseaba, quedándome tan liviana la mano que podía volar con ella. Encontré con mi Pablillos, que había puesto pies en polvorosa cuando vio la justicia, y dándole parte de su desagravio y el mío, empezó a saltar de alegría y me canonizó por uno de los más valientes hombres del mundo, y yo me lo creí por la vanidad que traía en los cascos de haber salido tan bien del suceso referido. Fue conmigo hasta dejarme en casa de mi primo y fuese.
Dentro de una hora vino a buscarme el juez con un hermano suyo, algo turbados y aun demudados de color, y dijo el juez que le importaba mi persona aquella noche para un caso de honra, que le hiciese gusto de ir en su compañía. Lo hice así, y me dijo saliendo a la calle cómo por aquella parte solía venir la comadre de la reina, a quien venían a buscar para un lance forzoso. "



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