La sangre (fragmento)Tulio Manuel Cestero
La sangre (fragmento)

"A las seis, mira abrirse las hojas de roble a grandes clavos. La guardia de prevención se forma presentando las armas, y la bandera nacional asciende lentamente, saludada por toque marcial.
Pero la han izado solamente hasta media asta. Las cornetas a la sordina y los tambores destemplados indican duelo. Y en seguida, un oficial acerca uno de los dos cañones, un cabo toma del arcón un cartucho, abre la recámara, la cierra, coloca el tirafrictor, y alejándose unos pasos dispara. La pieza recula, el humo sube. El estampido rueda por el ámbito de la ciudad dormida entre la colina y el mar. ¿Qué pasará? Las manos le escuecen, tiene envarados los pies; no importa, continúa suspenso atalayando. Aunque la masa de la Catedral en sus cúpulas, como las espaldas corcovadas de un gigante, limita la calle Santo Tomás, por la primera cuadra advierte gentes presurosas y bien vestidas que entran en casa del Gobernador, frontera al cuartel. Los balcones cerrados y en el patio se yergue un árbol enfrutecido de pomas de oro, y junto a él dos cayucos altos, espinosos, cargados de flores marchitas. Por la galería cruza una negra con una jarra de leche hacia la cocina; un chiquillo en cueros corre... En la terraza, que da a la calle Colón, aparece un grupo: cuatro o cinco personas, que hablan con aparato de misterio, ¿quiénes serán? Y se empeña por distinguirlas. Ese que no ha tenido siquiera tiempo de vestirse completamente, en mangas de camisa, desabrochado el cuello, es el prócer. Un rayito de sol cabriola en la calva... ¿De qué tratarán? ¡Ah! ¡poder de adivinar el pensamiento! No le es posible mantenerse más tiempo en vilo. Gana el mecedor. De nuevo la voz del cañón retumba.
¡Ajá! entre los dos disparos ha transcurrido un intervalo largo son: honores, pues. ¿A quién? ¿Al ministro de la Guerra? No, desecha la idea, es un buen hombre, y no se atreve a aceptar la otra tan grata. Sería tan triste equivocarse, ¡si fuera Lilís! ¡ Cómo le pesa no saber de memoria las Ordenanzas Militares! Y se complace observando cómo el sol hila sutilísimos alcatifes sobre los ladrillos... A cosa de las ocho, un ayudante le introduce el desayuno, y se marcha sin pasar de los buenos días. Antonio registra el pan: ¡ nada! y por el pico de la cafetera comienza a apurar el café. Se detiene, hay un obstáculo que represa el líquido; busca, es un papelito cuidadosamente doblado.
En abriéndole lo pone al sol. Es letra de su mujer, y ávido lee: «Hay mucho movimiento desde ayer tardecita. Mataron a Lilís en Moca». De nuevo lee y relee; la noticia le pasma. El pecho se le hincha, aspira con fuerza, la sangre circula vivaz. Bailaría de gozo. Se frota las manos. Le parece que un puño invisible le ha roto el grillete, derruido las paredes. Se siente libre. "



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