Noticia " El mar era una letrina. Los cuerpos flotaban hinchados, henchidos, amoratados y blanquecinos; a pesar de la negrura. La densidad de las algas abrazaba sus piernas. No parecía que la suerte navegase junto a ellos en aquella noche. Llovía sobre las olas, sobre montículos de olas que se desplazaban en espiral derrotando a los valientes que… a las valientes que… a las promesas que… a los sueños que… al futuro que… Una mujer de apenas dieciséis años abraza a su bebé en el fondo del mar. En el fondo del mal. La nueva ola se aproxima a la orilla, lleva en su cresta los sueños de una vida mejor que reposa en las profundidades del lecho marino, lleva en su cresta los gritos, la esperanza y el abismo. Este mundo es una bestia que se ve venir desde lejos. Nosotros, nosotros, vivimos tranquilos. Conocemos la tranquilidad del lenguaje gracias a nuestras camas calientes, a nuestros sofás de Ikea y a nuestra compra semanal en Carrefour. Pequeñas bolsas de agua asoman en los informativos. El miedo, la impotencia y la náusea en mitad del mar. Se ven venir. Como a los cuerpos que por las noches se aproximan a la orilla de nuestras camas mientras los observamos, en silencio, en la reflexiva posición del que se sabe nada y alguien en mitad del camino, en ese punto, en ese punto se ven venir. Los mensajes de Dios se ven venir. Avanza la madrugada y un chorro de luna acompaña en silencio al cortejo. El mar susurra sus nombres al amanecer. La pleamar los va depositando uno a uno, formando montoneras en las playas; húmeda la entraña, ahogada la víscera, los labios agrietados. Contemplen con parsimonia, a la mañana siguiente, la dureza del titular. " epdlp.com |