La vida enmascarada del señor de Musashi (fragmento)Junichiro Tanizaki
La vida enmascarada del señor de Musashi (fragmento)

"Pensar que el culpable fuera un salteador, o que todo se debiera a una venganza personal, equivalía a ponerse cobardemente una venda sobre los ojos. Así lo creía ella sin ningún género de duda; pero al ver que aparte de ella todos en la casa —su madre, su hermano, los oficiales veteranos...— pensaban de manera distinta, se entristecía más y más bajo la impresión de que su padre no encontraría jamás el descanso eterno. Ella había rebuscado en su agonía cualquier posible medio de disipar tanta tristeza, cuando al cabo cayó en la cuenta de que podía aprovechar la circunstancia de su entrada como esposa en la casa de Tsukuma para acarrear a los Ikkansai —padre e hijo— la misma desgracia que había sufrido su propio padre. Ése sería el plan. Ella dijo que cada vez que veía una buena nariz en plena cara de su suegro Ikkansai o de su marido Norishige, no podía soportarlo, compadeciéndose de la eterna desgracia de su padre. Tal vez ella se irritaría igualmente al ver la nariz de cualquier otra persona. Incluso el hecho de tener ella misma una nariz la haría sentirse culpable ante su padre. Llegaría a pensar que si todo el mundo sin excepción perdiera su nariz, el infortunio de su padre empezaría a quedar resuelto. Ella era entonces una joven esposa de quince años, y le faltaban edad y experiencia para pretender seriamente algo tan ambicioso como la destrucción del clan Tsukuma. No se le ocurría por tanto otra cosa que ideas simples y aniñadas.
Así se dejó ganar por esta obsesión: en vez de privar a todo el mundo de su nariz, si se lo hiciera al suegro o al marido, el espectro de su padre olvidaría en gran parte su rencor, y ella misma se vería aliviada de su propia pena. Sobre estas premisas, su objetivo ahora se centraba en cobrarse las narices, no las vidas. Si por error resultaba que con la nariz perdían también la vida, ¿qué se le iba a hacer? Pero ella prefería dejarlos todavía con vida en la medida de lo posible, comprobar atentamente con sus propios ojos lo desdichado de su existencia, y exponerlos además abiertamente al ridículo. Las Memorias de Doami se basan principalmente en esto para decirnos de ella que era una dama inclinada al sadismo por naturaleza. "



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