Un buen hombre en África (fragmento)William Boyd
Un buen hombre en África (fragmento)

"Morgan dejó vagar la mirada. En el cielo brillaban las estrellas; los grillos cantaban a coro; el aire era caliente y pegajoso, y los vestidos de gala de los invitados parecían pesados e incómodos. Miles de insectos alados se agitaban en torno al rayo luminoso del proyector, plasmando sus minúsculas sombras sobre el paisaje escocés. De vez en cuando un murciélago se lanzaba en picado sobre este festival de insectos, sólida masa que ensombrecía a los reales excursionistas. La escena en general era tan incongruente, extraña y surrealista —unos africanos tropicales mirando boquiabiertos a la Familia Real inglesa en un remoto paisaje nórdico—, que Morgan se preguntó si no encerraba algún mensaje especial para él; pero no logró ver más allá de la susodicha incongruencia. Además, halló estas yuxtaposiciones personalmente molestas: llegó casi a sentir en su piel el frescor del aire escocés, su brisa pura y vivificante; y esta visión de la Inglaterra ideal lo dejó bastante deprimido, al recordarle dolorosamente el lugar donde él se encontraba en ese momento.
Cuando cambió la escena al castillo de Windsor, Morgan dio media vuelta y se alejó, al recordar que Feltham, su patria chica, se hallaba justo al lado. Abrumado por un sentimiento de frustración y fracaso, se dirigió con pies de plomo hacia el edificio de la Legación. Al pasar por el bar se sirvió un whisky doble antes de proseguir su camino. Subió al primer piso. En el entresuelo había un pequeño cuarto de baño equipado con bañera, lavabo y W. C., pues allí, junto a los despachos más importantes, se habían acondicionado unas habitaciones para los huéspedes de calidad. Tras orinar, Morgan se sentó, moroso, sobre el borde de la bañera. Cerró con fuerza el grifo de una vieja ducha de teléfono, pegada a la pared, que estaba goteando. Con la mente en otra parte, corrió la cortina de plástico de la ducha, decorada con angelotes, burbujas y algas. Una cortina con los mismos motivos colgaba de la ventana del cuarto de baño. Morgan la descorrió y miró hacia abajo, en dirección del césped. La pantalla de cine refulgía como un brillante en esta noche espléndida. La muchedumbre fascinada de criados había aumentado con otros familiares llegados silenciosamente de los habitáculos vecinos. Morgan divisó la imagen roja y negra de un desfile y oyó el lejano acompañamiento metálico de la música militar. Apuró el vaso y lo dejó a un lado. Sin saber por qué, la contemplación de esta escena le dio ganas de llorar.
Se lavó la cara con las manos y se ajustó la corbata. Se detuvo un momento en el rellano, preguntándose qué iba a contar después a Fanshawe, y siguió bajando despacio. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com