El valle del silencio (fragmento)José Luis Olaizola
El valle del silencio (fragmento)

"En cuanto vio a Ederta se le aclararon las ideas; la encontró tan sugestiva, que su conciencia le dictó que debía aprovechar la información obtenida para intentar hacer feliz por lo menos a una persona en el mundo: a ella. Llegó a esa conclusión en medio de un barullo mental en el que se mezcló su pesimismo sobre la condición humana y un ansia de felicidad de origen desconocido. La condición humana le resultaba muy desagradable, tanto en Ibargain como en Kirmania y, sin embargo, se daba cuenta de que había bastante gente que merecía ser feliz; recurrió a su mente analítica y le salió una relación de más de veinte personas, incluyendo a madame Clémentine, que fue la última de la lista. En primer lugar indiscutible figuraba la hija de la zaindu, con tales exigencias que por ella estaba dispuesto a sacrificar su propia felicidad viviendo en su Errial el resto de sus días. Llegó a este punto de su discurso justo en el momento de acostarse en su cueva-residencia, y se planteó la siguiente cuestión: ¿por qué necesito que otra persona sea más feliz que yo mismo? Y como no encontrara respuesta se quedó dormido y soñó con tío Juan. Siempre que lo traía a su memoria para rememorar sus consejos, se lo representaba no en los últimos años de su vida, que andaba ya con achaques, sino cuando acababa de cumplir los cuarenta y a Antoine —que tenía entonces catorce— le parecía el hombre más atractivo del mundo. Era de buena estatura, enjuto de carnes, y fumaba cigarrillos con boquilla de ámbar, despreciando el emboquillado de los estancos. La ropa se la traían de Londres, excepto las camisas, que venían de Italia; con frecuencia se hacía acompañar de mujeres hermosísimas sólo por afán de lucirse, porque a él le gustaba otro tipo de mujer que Antoine nunca llegó a saber cuál era. Podía ser muy amable o mostrarse adusto con gran versatilidad, excepto con él y con la madre de la portera, una señora de setenta años muy dulce, a los que siempre trataba con gran cariño. A la muerte de su tío es cuando Antoine se quedó huérfano de verdad, ya que sus padres habían fallecido antes de que tuviera conciencia de su existencia. Por eso procuraba recordarle en sus mejores momentos y, sin embargo, aquella noche lo soñó como el anciano que nunca llegó a ser. Casi le costó reconocerle de lo viejo y decrépito que se le presentó para decirle, de una manera bastante confusa, que él había procurado educarle no para ser feliz, sino para no ser desgraciado, lo cual ya era mucho en aquel cochino mundo. Ahora bien, si se había enamorado, la cosa cambiaba y nada podía decirle, porque de eso él no entendía. "


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