Réquiem por el Este (fragmento)Andreï Makine
Réquiem por el Este (fragmento)

"Tres días antes, Anna volvía del pueblo cabeza de partido y caminaba a lo largo del río, sobre el suelo que vibraba, despertado por el rompimiento de los hielos, por los ruidos del deshielo. Un vértigo feliz mezclaba el sol, los sonoros choques de los bloques de hielo, la brava frescura de las aguas liberadas. Las gentes con las que Anna se cruzaba tenían la mirada embelesada, la sonrisa turbada, como si les hubieran sorprendido borrachos en pleno día. A la salida de la ciudad, cuando se acercó al viejo puente de madera, por un segundo creyó que también ella estaba borracha: el puente ya no cruzaba el río, sino que ahora se erguía en el mismo sentido de la corriente. Acababa de desprenderse, pues a los niños que correteaban entre sus barandillas no les había dado tiempo de percatarse de nada, fascinados por la vorágine frenética de los témpanos, por los embates que soportaban los pilares. Si hubiera podido gritarles, les habría impedido que fueran hasta el extremo del puente. Pero sólo consiguió acelerar el paso, después correr, bajar la pendiente congelada de la orilla. Como perlas de un collar roto, los niños resbalaron hacia un agujero de agua negra. El salvamento debería haber sido ruidoso, haber atraído a mucha gente... En la desierta y soleada ribera sólo resonaron algunos gemidos y el estruendo del hielo resquebrajado. Para sacar a uno de los niños, Anna se adentró en el agua de cabeza, con las manos extendidas en busca del pequeño cuerpo que acababa de desaparecer. Luchaba contra cada segundo de frío, primero los dejó en la orilla, luego los llevó a la isba más próxima, y allí los desvistió y frotó. Su propio cuerpo era de hielo y, una hora más tarde, sería de fuego. "


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