Las buenas intenciones (fragmento)Max Aub
Las buenas intenciones (fragmento)

"Don Marcelino Guzmán era hombre de sesenta años y llevaba cincuenta y dos entre relojes y casi tantos con su cristal de aumento pegado al ojo derecho en busca de espirales, volantes, escapes, áncoras o disparadores rotos o mal equilibrados; no le temblaba la mano, la pinza entre los dedos, componiendo desde el fino Longines al pétreo Roskoff. Pero al ver las cosas de tan cerca, con lupa o cuenta hilos, había acabado por darle un concepto muy meticuloso de las cosas. Lo veía todo con mayor detenimiento que la generalidad de los seres humanos. De cómo el fijarse en cualquier detalle lo había llevado al colmo de la avaricia es cosa fácil de comprender. Su concepto microscópico del mundo le empujó, desde temprana edad, a economizar lo más mínimo.
Hacía cerca de treinta años que estaba establecido en un portal de la calle de Atocha. Allí seguía, a pesar de que sus ahorros podían haberle permitido comprar en traspaso, o abrir una relojería importante en cualquier barrio si no más comercial más elegante. Pero, por lo visto, su anteojera le impedía ver más allá del reducidísimo campo que se le abría, eso sí, sin faltar detalle.
Vivía en el último piso de la misma casa, con su mujer, que fue criada de un general muy nombrado a principios de siglo y que ocupó, hasta el día de su muerte, el año 10, el principal de la casa. Marcelino la había estudiado muy por lo menudo, charla que te charla, sin perder la finalidad que le llevaba a tanto parloteo, ni el tiempo. María de los Ángeles era de Villarrobledo, hija de unos campesinos pobres y como tales de familia numerosa. Muy seria, un tanto redicha, más bien fea y ferozmente apegada al ahorro, lo que les había unido desde el principio. La verdad es que no se casaron hasta que Angelita estuvo en edad de ir a la escuela. "



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