La ocasión (fragmento)Juan José Saer
La ocasión (fragmento)

"Los pensamientos le vienen inesperados y rápidos, igual que fogonazos diminutos, repetitivos, obstinados. Recuerdos que se empecinan en volver, imágenes fragmentarias y casi olvidadas que empiezan a cobrar un sentido nuevo, imprevisto, y desde luego irrefutable, se precipitan al mismo tiempo en su interior, y Bianco, infructuoso, trata de poner orden en ellos, de aplastar la humillación y el furor con paladas débiles e irrisorias de llamados al orden y a la calma, convencido como está ahora de que Gina, desde que han empezado sus ejercicios de comunicación telepática, le miente con deliberación, con saña incluso, con el fin de confundirlo, de perderlo, de debilitar sus poderes. Y la convicción es para Bianco mucho más humillante en la medida en que ha contado justamente con esos poderes para seducirla, fascinarla, hacerse aceptar y admirar por ella y dominarla. Antes del casamiento, cuando se quedaban solos, Bianco le hablaba de sus poderes y Gina parecía escucharlo con interés, con pasión algunas veces, y le había dicho que le gustaría probar sus propios poderes —Bianco pasea la mirada por la calle desierta, los baldíos soleados, los jardines en los que la primavera ha hecho florecer las santarritas, las dalias, los conejitos y las calas, las veredas irregulares, de tierra o de ladrillo, aparte de la suya, de mosaicos grises, los yuyos que crecen no únicamente en los baldíos sino también en las cunetas, en los bordes de las veredas, en las cornisas de las casas, «Por mucho tiempo, todo esto será campo todavía, ellos las llaman ciudades, pero son campo todavía», piensa distrayéndose un momento de su humillación, con uno de sus automatismos pragmáticos que lo asaltan en medio de sus emociones más violentas o de sus reflexiones más abstractas, y, parándose de golpe, entra nuevamente en la casa. Cuando deja atrás el zaguán y desemboca en el patio, su mirada va hacia la puerta del dormitorio, entreabierta, mostrando una franja vertical de penumbra, y empieza a dirigirse hacia ella, pero a mitad de camino cambia de idea y gira en dirección al patio trasero. A diferencia del primero, no está embaldosado sino dividido en varios sectores, jardín, huerto, gallinero, y en el fondo un establo y un corral para los caballos. Al verlo aparecer, tres o cuatro caballos que mastican, abstraídos, alzan la cabeza, le echan una mirada indiferente, y la vuelven a bajar.
Agitándose un poco, sin saber por qué, Bianco les devuelve una mirada de odio e, incapaz de soportar su presencia, se da vuelta y regresa al primer patio. Por la puerta entreabierta, la franja de penumbra que viene del dormitorio le hace señales silenciosas, insistentes, y le parece percibir una atmósfera extraña, de peligro inminente, que emana del interior. "



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