Jack Maggs (fragmento)Peter Carey
Jack Maggs (fragmento)

"Hicimos más de veinte «recados» de ésos durante el verano de 1801. Lo hicimos tan bien que antes de que las chimeneas de Londres se calentaran de nuevo ya habíamos abandonado el fétido patio junto al Puente de Londres para trasladarnos, junto con Silas y Sophina, a Islington. Nos instalamos en todo un piso sobre un estanco de Upper Street, un domicilio en el que Ma Britten se mantuvo tan ocupada como siempre, preparando sus salchichas y recibiendo sus visitas femeninas. Mientras que antes atendía a quienes llamaba sus clientas detrás de una cortina junto al fogón, ahora pasó a hacerlo en un cuartito que daba al patio trasero.
Nadie volvió a Smithfield nunca más. Ma Britten me enviaba con una nota y media corona a la carnicería donde unos tipos de caras enrojecidas, y todos llamados señor Ayres, me entregaban un paquete de chuletas de cordero o un trozo de hígado.
De manera que mi vida mejoró. Tom raramente aparecía por allí para retorcerme las muñecas o maltratarme de cualquier otro modo. Me hinché a carne y patatas asadas. Y si bien nos estaba prohibido jugar con los niños respetables, Sophina y yo nos teníamos el uno al otro. Hay que reconocer que Silas solía llevarnos al parque donde jugábamos al escondite, al aro y a la gallina ciega.
Lástima que Tom no se lo pasara tan bien. Él echaba de menos el viejo barrio. Todos los domingos abandonaba la casa de su patrón antes de que amaneciera, y volvía a Islington sin que las campanas de la iglesia hubieran tocado todavía. Yo me despertaba al oír sus pesadas botas por la escalera. Aparecía por la puerta y corría hasta la habitación de nuestra madre para meterse en la cama con ella y echarse a llorar.
Tom no quería a Silas ni a Sophina. Eso era ventajoso para mí, pues hacía más llevadero el poco aprecio que sentía por mi persona. De hecho, me convertí en su aliado, y aprovechaba sus visitas dominicales para sacarme de paseo y compartir conmigo sus proyectos y esperanzas.
Una mañana de septiembre, cuando aún no hacía frío de verdad, me llevó hasta Saint James’s Park y me compró un vaso de leche en los establos donde tenían las vacas. Había muchas criadas bebiendo leche, pues se decía que era buena para el cutis, pero Tom no les prestó ninguna atención.
Sólo me observaba a mí. Siempre me estaba observando, con su alargada cara huesuda atenta y mohína. "



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