El alumno (fragmento)Henry James
El alumno (fragmento)

"A la mañana siguiente, muy temprano, ella se presentó en su habitación. La reconoció por su forma de llamar, pero no tenía ninguna esperanza de que fuese con el dinero; se equivocaba, puesto que ella llevaba cincuenta francos en la mano. Entró en bata y él la recibió con una prenda parecida, en el espacio que quedaba entre la bañera y su cama. A esas alturas ya estaba tolerablemente habituado a las «costumbres extranjeras» de sus anfitriones. La señora Moreen era una persona vehemente y cuando se dejaba llevar por su carácter no se fijaba en lo que hacía; así que se sentó en su cama, ya que las ropas de Pemberton ocupaban las sillas, y, en medio de su preocupación, se olvidó, al echar un vistazo en torno a la estancia, de sentirse avergonzada por haberle alojado en un aposento tan deplorable. Lo que había despertado la furia de la señora Moreen en aquella ocasión era el deseo de convencerle de que, en primer lugar, era muy bondadosa por traerle cincuenta francos y, en segundo lugar, de que, si se paraba un momento a pensarlo, era absurdo esperar que le pagaran. ¿Es que acaso no se sentía bien pagado, dejando al margen el eterno dinero, disfrutando de aquella lujosa y cómoda casa junto a ellos, sin ninguna preocupación, sin ninguna inquietud, sin una sola necesidad? ¿No se sentía seguro en su posición, y no bastaba aquello para un joven como él, completamente desconocido, que tenía tan poco que ofrecer y sí unas pretensiones desorbitadas que no resultaba fácil descubrir en qué se basaban? Y, por encima de todo, ¿no se sentía suficientemente recompensado con la maravillosa relación que había establecido con Morgan —la relación ideal entre un maestro y su discípulo— y con el mero privilegio de conocer y vivir con un niño tan asombrosamente dotado; y cuya compañía (y lo dijo firmemente convencida) no la había mejor en toda Europa? La señora Moreen se dirigía a él como hombre de mundo; le decía: Voyons, mon cher, y «Mi distinguido señor, fíjese en esto», y le instaba a ser razonable, exponiéndole que en realidad aquella era una gran oportunidad que se le brindaba. Hablaba como si, en la medida en que fuera razonable, demostraría ser digno del honor de ser el tutor de su hijo, así como de la extraordinaria confianza que en él habían depositado.
Después de todo, reflexionó Pemberton, se trataba únicamente de una diferencia de criterio y los criterios no importaban mucho. Hasta la fecha, habían optado por la teoría de la remuneración, y a partir de ahora optarían por la del servicio gratuito; ¿pero por qué habían de malgastar tantas palabras para ello? La señora Moreen persistía en su empeño de resultar convincente; sentada allí, con los cincuenta francos en la mano, hablaba y se repetía, como se repiten las mujeres, aburriéndole e irritándole, mientras él permanecía apoyado contra la pared, con las manos en los bolsillos de la bata, juntándolas en torno a las piernas y mirando por encima de la cabeza de su visitante los marcos grises de su ventana. "



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