La muerte le sienta bien a Villalobos (fragmento)Francisco José Alcántara
La muerte le sienta bien a Villalobos (fragmento)

"Villalobos no tiene frailes ni soldados. Tal vez los tuvo en otro tiempo, tal vez no los tuvo nunca. Pero de todas maneras, hoy reina la paz en Villalobos. El único convento es de monjas, y ese es el Hospital de Afuera. El Hospital de Afuera es una institución de la que Villalobos se siente orgulloso. Y no es por el edificio, que consiste en una casona de adobe, casi arruinada, con unas ventanas desvencijadas por las que entra el viento de la meseta; ni tampoco por su pequeña iglesia, blanqueada cada tres años por las monjas. Lo que enorgullece a Villalobos en el Hospital de Afuera (que ni siquiera es un hospital) es el poder ofrecer un asilo seguro y pacífico a sus hijos. Es decir, a los que ni siquiera son hijos de la sacristana, ni hijos de alguien a secas, sino eso: hijos de Villalobos.
Fuera de la espadaña ruinosa del Hospital de Afuera, la única torre que hoy funciona en Villalobos es la de la Parroquia. Es una torre cuadrada y maciza, con aspecto de fortaleza monástica, capaz de aplastar debajo de sí a los siete pecados capitales y a los demás pecados de Villalobos, que nadie ha calificado aún.
En su primera mitad está revocada de cal, como la generalidad de los edificios de la población; pero de la mitad para arriba, los hermosos sillares dorados presumen al sol y al aire, hasta terminar en la garita inverosímil del campanario, donde tiene su laboratorio de sonidos el hijo de la sacristana.
Las campanas de Villalobos, a pesar de toda su historia y de las leyendas de la francesada, no son ya orgullo de nadie. A lo más que pudieran llegar es a ser espanto de cigüeñas, pero lo curioso del caso es que tampoco paran cigüeñas en Villalobos, seguramente por culpa de las campanas.
El monaguillo las toca a sus horas y aun a las horas que no hay misa ni ángelus. Y no es necesario que desaparezca una figura eminente de Villalobos, como ha sucedido hoy con doña Paula, para que regale al vecindario con un rebato que ponga de punta los pelos del alcalde.
Porque el alcalde, como el maestro y el tabernero, aborrece las campanas de la Parroquia. No por las mismas razones, pero todos coinciden en la fobia contra esas viejas de voces cascadas y chillonas. "



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