La roja insignia del valor (fragmento)Stephen Crane
La roja insignia del valor (fragmento)

"Las órdenes de abrir paso tenían un eco de gran importancia. Los hombres avanzaban hacia el corazón del estruendo. Iban a enfrentarse con el ávido ataque del enemigo. Sentían el orgullo de un movimiento de avance cuando el resto del ejército parecía tratar de deslizarse carretera abajo. Empujaban a los equipos a su paso con un noble sentimiento de que nada valía la pena mientras su columna llegara al frente a tiempo. Esta importancia daba a sus caras un aire austero y grave. Y las espaldas de los oficiales se hallaban rígidas.
Mientras el muchacho los miraba, el peso negro de su desolación volvió a caer sobre él. Sintió que estaba observando una procesión de seres escogidos. La separación era tan grande para él como si hubieran marchado con armas hechas de llamas y banderas de rayos de sol. Nunca podría ser como ellos. Lleno de añoranza, hubiera podido llorar.
Rebuscó en su mente para hallar una maldición adecuada a la causa indefinida, aquello sobre lo cual los hombres hacen recaer las palabras de la culpa final. Aquello, fuera lo que fuera, era responsable por él, se dijo. Aquello tenía la culpa.
La prisa de la columna para llegar a la batalla le parecía al desolado muchacho que era algo mucho más noble que luchar obstinadamente. Los héroes, pensó, podrían hallar excusas en aquel largo e hirviente sendero. Podrían retirarse con perfecta dignidad y excusarse con las estrellas.
Se preguntó qué cosa habrían comido aquellos hombres para tener tanta prisa en forzar su camino hacia severas probabilidades de muerte. Mientras observaba, su envidia creció hasta que pensó que le gustaría cambiar su vida por la de uno de ellos. Le hubiera gustado poder usar una fuerza tremenda, se dijo, poder salir de sí mismo y hacerse otro, mejor. Rápidas imágenes de sí mismo, aparte de él, y, sin embargo, de él, se le aparecieron; una desesperada figura azul dirigiendo violentas cargas con una rodilla adelantada y la espada rota en alto; una figura azul y determinada, de pie ante un asalto rojo y acero, muriendo serenamente en un lugar elevado ante los ojos de todos. Pensó en el patetismo magnífico de su cuerpo muerto.
Estos pensamientos le elevaron. Sintió el temblor del deseo de guerra. En los oídos sentía el repicar de la victoria. Conoció el frenesí de una rápida carga triunfal; la música de los pies en marcha, las voces agudas, las armas entrechocantes de la columna que pasaba cerca de él le hicieron elevarse en las rojas alas de la guerra. Por unos momentos se sintió sublime. "



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