El viajero más lento (fragmento)Enrique Vila-Matas
El viajero más lento (fragmento)

"Era de noche y llovía cuando entramos en Aviador, un bar del Eixample que parece el bar de un hotel junto a un lago; un lugar decorado con hélices y escudos, restos de aeropuertos y catástrofes aéreas: un bar que me pareció ideal para, después del tercer raf, abordar la cuestión que tanto me preocupaba y que abordé con seriedad y profesionalismo, como si yo fuera el mismísimo Chopin, el agente secreto de Lago. Aguardé a que hubiéramos terminado ese tercer raf y nos halláramos ya a la salida del local y entonces, como quien no quiere la cosa, recité en portugués y a bocajarro, Todas las cartas de amor son ridículas, el poema que, horas antes en su conferencia, Echenoz había insinuado que le dejaba conmovido siempre.
Ante el inesperado recital lusitano, quien pasó a ser Chopin fue el propio Echenoz, que se quedó petrificado bajo la lluvia oscura; permaneció helado unos segundos, como cuando Chopin descubre a Suzy Clair, Moreno de soltera, en el hotel del lago donde él espía a Vital Veber, el alto dignatario extranjero. Se quedó, como digo, helado, con la mente también helada mientras chorreaba sobre él la lluvia. Luego, cuando se acordó de respirar, me pareció el momento ideal para formular la pregunta indiscreta. Y el nombre del escritor que siempre le había deslumbrado no tardó en llegar y, en efecto, era quien yo sospechaba: Raymond Roussel.
Nada extraño para quien se esfuerza en todos sus libros en descalificar, desde el primer momento, todo tipo de realismo. Echenoz es de los que piensan que la realidad ya existe y que no vale la pena copiarla de nuevo. Echenoz es lo más opuesto a ese acuarelista que aparece en Lago y que no se mueve de su sitio al pie de una terraza, reproduciendo obstinadamente el hotel mientras Chopin espía a Vital Veber valiéndose de un original sistema que consiste («Vaya. Lo mío, dijo Chopin, son las moscas») en colocar minúsculos micrófonos en algunas moscas y así escuchar las conversaciones del sujeto vigilado.
Para leer esta impresionante novela hay que ser también algo mosca y obrar como aquella de la que nos habla James Joyce en Ulises: «Era como una mosca pegajosa y siempre lo sería, y por eso nadie podía andar bien con ella metiendo siempre la nariz donde no la llamaban.» Hay que ser algo mosca y saber avanzar en zigzag —que es el procedimiento clásico de espionaje— y hacer una vez más como siempre —«siempre las mismas carteras desde Mata Hari», leemos en la página 15— la misma comedia: aquí salto de un taxi ante una boca de metro, luego de otro taxi ante otro metro, cojo el convoy en el último momento, y brinco al andén justo antes de cerrarse las puertas y cruzo y vuelvo a cruzar la casa de doble entrada, luego la otra, y cojo otro taxi que me deja a cincuenta metros del paisaje disimulado al que llego sudoroso, jadeante y convencido de que todo eso no sirve para nada. "



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