Aurelia (fragmento)Gerard de Nerval
Aurelia (fragmento)

"No puedo esperar hacer comprender esa respuesta, que para mí mismo permanece muy oscura. La metafísica no me proporciona términos para la percepción que me vino entonces de la relación de ese número de personas con la harmonía general. Puede uno concebir en el padre y la madre la analogía de las fuerzas eléctricas de la naturaleza, ¿pero cómo establecer los centros individuales emanados de ellos, y de los cuales ellos emanan, como una figura anímica colectiva, cuya combinación fuera a la vez múltiple y limitada? Equivaldría a pedir cuentas a la flor por el número de sus pétalos o las divisiones de su corola...; al suelo, de las figuras que traza; al sol, de los colores que produce.
TODO cambiaba de forma en torno mío. El espíritu con quien conversaba no tenía ya el mismo aspecto. Era un joven quien más bien que comunicármelas recibía ahora de mí las ideas... ¿Había yo ido demasiado lejos en esas alturas que producen vértigo? Me pareció comprender que esas preguntas eran oscuras o peligrosas, aun para los espíritus del mundo que entonces percibía... Quizá un poder superior me prohibía esas investigaciones. Me vi errando en las calles de una ciudad muy populosa y desconocida. Noté que era accidentada por estar construida sobre colinas y dominada por un monte totalmente cubierto de habitaciones. Entre el pueblo de esta capital distinguí ciertos hombres que parecían pertenecer a una nación particular; su aspecto vivo, resuelto, el acento enérgico de sus facciones, me hacían pensar en esas razas independientes y guerreras de los países de las montañas o de ciertas islas no frecuentadas por extranjeros; sin embargo, era en medio de una gran ciudad y de una población mezclada y banal donde sabían mantener así su individualidad huraña. ¿Qué eran pues esos hombres? Mi guía me hizo subir calles escarpadas y fragorosas donde resonaban los diversos ruidos de la industria. Subimos aún por largas series de escalas, al fin de las cuales el panorama se descubrió. Aquí y allá terrazas revestidas de emparrados, jardincillos cultivados sobre algunos espacios planos, techos, pabellones ligeramente construidos, pintados y esculpidos por una paciencia caprichosa: perspectivas ligadas por amplios lazos de verdura colgante seducían los ojos y agradaban al espíritu como el aspecto de un oasis delicioso, de una soledad ignota encima del tumulto y del ruido, que allí no eran sino murmullo. Se ha hablado con frecuencia de naciones proscritas, viviendo a la sombra de las necrópolis y de las catacumbas; aquí era sin duda lo contrario. Una raza feliz se había creado este retiro amado de los pájaros, de las flores, del aire puro y de la claridad. "



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