Gran café (fragmento)Pedro de Lorenzo
Gran café (fragmento)

"Y no hacían nada. En algún otro término del partido las cosas fueron a mayores. Fincas de muchas fanegas se vieron invadidas violentamente. Fincas en posío de siglos. Era a veces un disparate, y era visible: el subsuelo de Extremadura es pizarroso; por eso el agua, que la hay, no corre, ni se filtra; es pizarra impermeable. Y se forman las charcas, de las que viene con el verano el paludismo: tercianas, cuartanas, una malaria atroz. Esas fincas no se dejan labrar; no tienen suelo; es una lámina vegetal mínima, para sólo pasto.
Pero lo invadían y lo arrasaban todo. Fue muy comentado un artículo sobre la destrucción de un retamar precioso en Don Benito: «Las retamas». ¡Ah! Que usted lo ha leído… Un retamar para recreo y caza y que, de la mañana a la noche, quedó calcinado; arrancadas las cepas a pico y hacha, y finalmente en llamas toda aquella hermosura. Pero el artículo, ¿verdad?, tremendo; era del dueño de aquel retamar, un escritor muy fino, entonces nada de derechas, y que, como lo escribió con sangre, le salió de antología.
Lo peor era la violencia. Porque tenía usted el asentamiento de orden gubernativa, hasta de cien días, que en muchos casos eran la ruina. Asentamientos a lo mejor para limpiar de grama una tierra improductiva. Pretextos, ya comprende, quizá necesarios, quizá por sólo un reparto de parados.
No discriminaban. A mi padre, en las últimas de su hacienda y de su vida, le impusieron unos asentamientos. Al abandonar el pueblo por seguir más de cerca mis estudios, se desprendió mi padre de las fincas: olivar y dos cercones de pasto y montanera. Se reservaba unas fanegas de leña, es decir, tierra de monte con encinas; y la bodega, las viñas. Nada, como usted ve.
Pues le conminaron a que explotara esas miserias, la encinera y la vid, plagadas de grama. Obedecer equivalía a quedarse sin las fincas: no podían producir, se hiciera lo que se hiciera; ni para gastos; no le digo si a ello se le suma el jornal de los asentados. Cuando mi padre vendió, para irse a Alcándara, el costo de vida de la capital no le consentía mantener la casa con sólo su paga de retirado. Lo que pudo, no lo vendió. Y a eso es a lo que entonces atacaban.
Claro, recurrió. Teníamos un gobernador general de Extremadura. En el oficio se le obligaba a mi padre a ocupar media docena de braceros, o a pagarles el jornal. Eso, la muerte de mi madre, mi boda y alejamiento, el golpe del diez de agosto en que viejos compañeros se implicaron y perdieron cuando no la libertad la esperanza, le quitaron toda ilusión a su vida. Se dejó morir. "



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