Trenes en la niebla (fragmento)Manuel Rico
Trenes en la niebla (fragmento)

"Él habló con un tono monocorde y sutilmente emocionado. Dijo: Mucho después de volver a la vida civil, o como quiera llamarla, allá por los años sesenta, comencé a sentirme atormentado por mis recuerdos de guardián de los presos en 1945… La verdad es que ya antes vivía marcado por ellos, pero fue en los sesenta, cuando me di cuenta de que las historias que nos llevaron al campo eran falsas, de que la España nueva que nos anunciaron era una España rancia, de sotana y cristazo de la que con veinte años no fuimos conscientes pero que descubrimos al madurar, al tener noticia de la España que se había exiliado, al saber que todavía se fusilaba, fue en la época en que ejecutaron a Grimau… Eran recuerdos muy crueles, terribles, más terribles aún al tomar conciencia de que las penalidades que vivieron los presos no sirvieron para nada, que se prolongaron luego, cuando estuvieron libres… los que pudieron salir, claro… Pensé que mientras yo, y otros muchos jóvenes soldados, vivíamos dolorosamente, casi sin entenderla pese a nuestro idealismo, la condición de guardianes de cientos de hombres desvalidos, casi muertos en vida, había quienes se enriquecían con aquella miseria, quienes desde los pasillos ministeriales, o desde los despachos de las grandes empresas, hacían negocios, dictaban sentencias de muerte, ensuciaban la Historia, condenaban a una vida oscura, llena de carencias, y de silencios, a millones de hombres, de mujeres, de niños… Con estos libros, con su lectura, intento entender las aberraciones del comportamiento humano, el fondo de tanta perversión de la Historia, de tanta crueldad, arañar en un pasado que no puede ni debe volver.
El viejo no me miraba. Recuerdo que sacó un pañuelo,  inmaculado, del bolsillo del pantalón, se frotó, con pulso tembloroso, los ojos, se lo guardó, bebió un trago de café hasta apurar el contenido de la taza y se refugió en el silencio. Amelia se incorporó y se dirigió a la ventana. Se quedó mirando, de espaldas a nosotros, el paisaje exterior. Tampoco dijo nada. Yo puse voz a una de mis cavilaciones más recurrentes desde que leí el cuaderno. Dije: Aunque parezca mentira, lo más terrible de todo es que nada se sepa hoy de ese campo de concentración de Fresneda. Estaba casi al lado de la capital, dentro de lo que era la provincia de Madrid, a dos pasos del Monasterio de El Paular... ¿Cómo es posible?.
Braulio Fuentes se encogió de hombros e inclinó por dos veces la cabeza mientras en su boca se dibujaba un rictus en el que parecían convivir la resignación, la rabia, la impotencia, el arrepentimiento. Aclaró: Las montañas eran una muralla casi insalvable. No olvide que las carreteras de entonces eran pura cochambre, que estos pueblos vivían en la miseria, de espaldas a lo que ocurría en Madrid… Había inviernos en los que el valle se quedaba aislado durante semanas, no había luz y electricidad en casi ninguna casa, esto era como un agujero negro… Aunque en el No-Do, de vez en cuando, se hablara de las virtudes arquitectónicas de ese Monasterio, o en los libros de viajes se recrearan las rutas que, por esta zona, recorrió el Arcipreste de Hita, la realidad era bastante más jodida... Y la del destacamento, infinitamente peor. "



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