La hija del judío (fragmento)Justo Sierra O'Reilly
La hija del judío (fragmento)

"La sorpresa cedió el lugar a otras nuevas y más extrañas ideas que asaltaron a María. ¿Quién era ese ente que velaba por su suerte? ¿Qué extraño misterio era ese de escribir con letra de molde, cuando era un hecho obvio y averiguado que en todo el país no había una sola imprenta? Y sobre todo ¿qué significaba esa especie de amenaza de desaparecer de su vista aquel billete, si no era al punto destruido?
El pensamiento del diablo no volvió a mezclarse sino muy ligeramente en estas reflexiones. María entrevió allá en lontananza un cierto porvenir lisonjero, por más que las vías que la llevaban allí estuviesen obstruidas y erizadas de peligros. Comenzó a figurarse que el drama de su vida, en vez de terminar en el claustro, sólo debía ver allí el principio de él. Engolfada en este mar de cavilaciones se olvidó de destruir al punto el billete recibido; y cuando recordó que la seguridad de su misterioso protector exigía el cumplimiento de aquella orden, se encontró con nueva y más viva sorpresa; que la amenaza estaba realizada en fin.
El segundo billete había desaparecido de la misma manera singular e inesperada que el primero.
María quedó petrificada de espanto; pero esta vez, por lo menos, su terror fue mudo y silencioso, y no atrajo ningún testigo a presenciarlo.
[...]
Pero María, a pesar de la viveza de su imaginación viciada algún tanto por las extravagantes consejas que en aquella edad se hallaban en boga, tenía un espíritu recto y un sentido común muy delicado. A fuerza de reflexionar llegó a ponerse al nivel de la verdad de los hechos, por más que desconociese sus motivos y circunstancias. Creyó, y lo creyó con razón, que una o más personas se habían encargado de protegerla y evitar que hiciese en el claustro los votos monásticos que exigía de ella la Santa Inquisición; que no era imposible hubiese oculto en Mérida algún pequeño aparato de imprenta, con cuyo medio se hubiesen trazado sobre un pergamino los dos billetes que vinieron a sus manos de una manera tan extraña y misteriosa; y, sobre todo, que las personas que le otorgaban su protección estarían en contacto con alguna de las reverendas madres del convento, y probablemente con la maestra misma de novicias.
A pesar de estas reflexiones, cuya exactitud puede graduar el lector que está en ciertos antecedentes desconocidos a María, la pobre doncella no se atrevía a reconocer como enteramente concluyentes sus conjeturas. Sabía de lo que era capaz el Santo Oficio, y no era imposible que en el hecho de los billetes hubiese alguna oculta acechanza para precipitar a la víctima del abominable tribunal en alguna vía imprudente, que cuadrase perfectamente a los fines de sus perseguidores.
Así, pues, María determinó guardarse contra cualquiera de esas acechanzas que podría muy bien maquinar la Inquisición para perderla, y se propuso tener una conducta muy circunspecta y estudiada, observando escrupulosamente cuanto ocurriese alrededor suyo, evitando, sin embargo, toda afectación, que habría producido un resultado contrario a sus intenciones. "



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