La liebre (fragmento)César Aira
La liebre (fragmento)

"Un resoplido de Gauna distrajo a Clarke. El baqueano por lo visto había estado prestando atención, y las últimas palabras de Mitón lo habían sobresaltado. No volvieron a hablar del tema, porque entre los salvajes que rodeaban el fogón había estallado una reyerta. El griterío era infernal. Mientras conversaban, una parte de la mente de Clarke había seguido el progreso de la ebriedad de los indios. Los había oído pasar por el estadio del "cómo te quiero, hermano", y ya estaban en las agresiones que sobrevenían siempre. Militó por su parte no había dejado de beber mientras hablaba, y cuando quiso participar del alboroto en calidad de mandatario, lo hizo plenamente sintonizado con el espíritu alcohólico de sus súbditos. Su interposición no hizo más que terminar de caldear los ánimos. Todos chillaban, con voces roncas y arrastradas. La luz del fuego prestaba resplandores extra a los cuerpos que ya se trenzaban en abrazos malévolos. Lo más gracioso (o lo único gracioso, porque lo demás resultaba melancólico en su degradación) era que entre ellos se acusaban principalmente de borrachos: ¡Indio mamau! ¡Indio mamau!, repetían como maniáticos. Y Miltín, ebrio al extremo: ¡Indios mamaus! ¡Indios mamaus! Se habían encarnizado con uno sobre todo, tan borracho como el resto, que al parecer había proferido un juicio agraviante sobre el seleccionado de la tribu; porque la discusión original había sido sobre hockey. El desenlace vino rápido e inesperado, y a los tres blancos les resultó escalofriante como un mal sueño. Un cuchillo agregó sus brillos a los de tanto músculo engrasado, y el filo abrió un ancho tajo en la garganta del disidente. Al parecer, la ejecución se había realizado con la autorización del cacique, que vociferaba tambaleándose. Clarke había quedado paralizado por la sorpresa. No así los indios, que en una exasperación de su violencia inútil repitieron el tajo (incluida la forma) en el vientre del muerto, que lo tenía redondo e invitante, y metieron las manos y empezaron a tirar de los intestinos, entre gritos que pasaban de la furia a la diversión. El inglés saltó como accionado por una palanca. Lo dominaba una urgencia irresistible de reivindicar lo humano. Quiso gritar algo fulminante, pero todo lo que le salió, por contagio, fue ¡Indios mamaus! ¡Indios mamaus! Carlos y Gauna trataron de retenerlo, sin éxito; él también había bebido sus vasos, y el alcohol lo hacía temerario. Se abrió paso hasta el cadáver, aullando toda clase de improperios contra los asesinos y profanadores, les arrancó como pudo los resbalosos chinchulines y se los metió torpemente al muerto, por la herida; como veía doble, algunas puntas las metió por el tajo de la garganta. Por suerte los indios creyeron que era una broma más, de otro modo es posible que lo hubieran acuchillado ahí nomás. Mitón levantó el vaso sobre el alboroto y pidió un brindis, pero el inglés, encendido como un loco, se lo hizo volar de un manotón. "


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