Diario de un canalla/Burdeos, 1972 (fragmento)Mario Levrero
Diario de un canalla/Burdeos, 1972 (fragmento)

"Apenas empezó a sonar la música, el pequeño se unió con un grandote y empezaron a bailar; no, no empezaron; salieron del mostrador bailando y bailando se encontraron. Cada uno con una mano en el hombro del otro, ambos con un brazo estirado y la mano de ese brazo apretando la mano del otro. Bailaban extraordinariamente bien. Serios. Dignos. No había la menor señal de homosexualidad ni de burla.
Hace unos días vi en video una escena muy pero muy parecida en una vieja película de Fellini; pero en la escena de la película había humor, algo de payasada, algo de burla. Aquí, no. Si algunos camioneros, que habían formado un semicírculo frente a mí para verlos bailar, tenían una sonrisa en los labios, era más bien una sonrisa de admiración. Los bailarines ocupaban el espacio libre entre el mostrador, mi mesa, la puerta de entrada y el semicírculo de camioneros; no era un gran espacio, pero sí el suficiente para moverse y girar. ¡Y qué bien lo hacían, por Dios!
Mi sonrisa inicial se fue esfumando cuando pude ver de frente la cara del pequeño; el grandote, creo, tenía los ojos entornados y era simplemente serio y digno. El pequeño tenía los ojos bien abiertos, mostrando claramente su medio siglo largo de vida, y esos ojos no miraban ni veían nada que yo pudiera ver. Veían, probablemente, un sueño, o bien él estaba en otro tiempo, en otro lugar, con otra compañía para su baile. Había en esos ojos algo parecido a la tristeza, y algo parecido a la embriaguez; pero no era exactamente tristeza ni era exactamente embriaguez. Creo que había amor; un amor que no estaba dirigido, desde luego, hacia su compañero de baile, sino hacia algo en sí mismo, algo en su pasado, algo que no estaba a la vista.
Bailaron el valsecito hasta el final, y en el final los bailarines se separaron y volvieron a su sitio en el mostrador sin alardes ni comentarios, con la misma dignidad y la misma naturalidad con que habían bailado. Quiero que mi memoria diga que los camioneros aplaudieron y que yo aplaudí, porque en este momento quisiera aplaudir a esos bailarines. Es muy posible que haya sido así; habría sido cruel que no hubiera sido así. Pero la memoria no me lo dice, ni me dice cómo salí del café, ni en qué pensaba cuando eché andar, embobado, yo también como en un sueño, por la vereda de la ruta, alejándome de mi edificio, sin ganas de volver, todavía, a casa. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com