Lola Casanova (fragmento)Francisco Rojas González
Lola Casanova (fragmento)

"Aquella moza, de contundentes caderas, de pechos agresivos y pasos garbosos, no es otra que Tórtola Parda, dueña de mágicos secretos y de encantos físicos irresistibles; lleva en sus manos un hígado de bura recién cercenado. Otras mujeres, muchas, rebuscan entre los pedregales, debajo los cantos o entre las raíces de la mísera vegetación. Las raras manipulaciones se prolongan horas, en medio de la tormenta de fuego, que escurre del cielo; pero las hembras seris son entonces una prolongación de la testarudez del mar; son un flujo que revienta a desusadas distancias. La extensión maculada por móviles puntitos es un reverbero que rechaza la luz fragmentada en astillas, que se clavan en los ojos para herir el cerebro con crueles agujetas… Pero ellas parecen inmunes al bochorno, a la fatiga, al dolor. Reptando sobre la arena, tantean el terreno pulgada por pulgada, revolcando sus manos, sus brazos, sus codos entre el arenal…
De pronto, un grito de dolor hace que las mujeres levanten sus troncos y alcen sus cabezas. El desconsolado alarido sale por la boca de una muchacha, quien sacude desesperadamente en el aire su diestra.
Una anciana va en auxilio de la doliente; aplica sus labios resecos sobre el miembro ofendido y chupa violentamente, para luego escupir. Esta operación se repite, mientras el resto de las mujeres se entrega a una extraña recolección: pescan entre unas tenacillas hechas con palitos de «vara prieta», móviles y enfurecidos alacranes, que van a parar al fondo de un cacharro.
A este afortunado hallazgo siguen otro y otro; los nidales de arácnidos se prodigan. El cacharro está a medio llenar. Dos jovenzuelas enriquecen la cosecha con tres viboreznos corajudos, que van a hacer compañía a los alacranes en el fondo del recipiente.
La jornada es pródiga.
Tornan todas al campamento, donde una vieja, experimentada tejedora, da los últimos toques a la fina estructura de una jaula de carrizo.
Tórtola Parda, sentada en cuclillas y a la sombra de un techado de conchas de tortuga, vigila la preciada piltrafa de bura, que escurre abundantes jugos sobre la superficie de un platillo de la tosca cerámica.
Cuando la jaula ha quedado concluida, la hechicera introduce en ella la víscera, seguida de los alacranes y de las serpientes. Cierra cuidadosamente la puertecilla de la trampa, para después darse a enfurecer con púas a los prisioneros, con el designio de que los bichejos inyecten todo su tóxico en el hígado. La población de la jaula pronto entra en rabiosa diligencia; los arácnidos pinchan a los reptiles y éstos, a su vez, destrozan a aquéllos entre sus filudos incisivos. Las venenosas secreciones escurren sobre el trozo de carne caprina, al que muchos animales, ciegos de furor, atacan también directamente.
La hechicera, rodeada de viejas, muchachas y niñas, que contemplan recogidas aquella experiencia, redobla su encono entre imploraciones y gestos de cómica solemnidad.
Mientras tanto, el hígado se va tornando poco a poco tumefacto y negro, humedecido por los repugnantes escurrimientos.
Cuando Tórtola Parda lo juzga conveniente, lleva la jaulilla hasta la playa y la deja expuesta a los rayos del sol, al viento de la tarde y al sereno tibio. Un grupo de muchachas es designado para velar en torno del nidal de muerte. "



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