Moira (fragmento)Julien Green
Moira (fragmento)

"Se vistió. A decir verdad, el pantalón le apretaba más de lo que recordaba; la americana, en cambio, parecía hecha a medida: para verlo bastaba echar un vistazo al pequeño espejo de encima de la chimenea, pero Joseph no prolongó el examen más de algunos segundos, que imaginó el límite de lo permitido. Y volviendo la cabeza, permaneció inmóvil un instante sin saber qué hacer con un traje que consideraba demasiado elegante para él; luego se dirigió hacia la ventana con el rostro iluminado por una sonrisa de la que no era consciente. De repente, le asaltó un pensamiento: «¡Tus rezos!».
Enrojeció como si le hubiesen golpeado. Desde que se había despertado no había pensado en Dios. Era la primera vez desde hacía años, y sintió como un golpe en el pecho. Al mismo tiempo le volvió el recuerdo de esa extraña felicidad que había sentido la víspera, arrodillado al lado de David. Con la luz del día, el recuerdo se tornaba diferente.
Ahora se mantenía de pie junto al lecho. Dieron las siete en el reloj de una iglesia vecina; después, más lejos y con mayor desmayo, en la biblioteca de la universidad. Disponía aún de cincuenta minutos para rezar sus oraciones y leer un capítulo de la Biblia. Sin embargo, no se movía. Una idea singular acababa de surgir en el fondo de su mente y le turbaba. Bajando la vista, observó el traje de tela un tanto rígida que no tenía aún huella de arruga alguna, salvo en el pantalón, donde, por el contrario, cada pernera, ¡qué elegancia!, se encontraba dividida por una línea recta. Sus ojos se fijaron en esta línea. Por fin, tras una rápida resolución, se soltó el cinturón y dejó deslizar sobre sus largas piernas esa funda cuya perfección le intimidaba. Después de haberlo doblado cuidadosamente, lo colocó sobre la silla con gran respeto (en cambio, un poco antes…); después echó la llave de la puerta y volvió a arrodillarse junto a la cama. Apenas había recitado algunas palabras cuando volvió a ser presa de sus escrúpulos. ¿Cómo se presentaba ante Dios? Una chaqueta y las piernas desnudas. ¿Podría explicar lo estrafalario del atuendo? Podía hacerlo aunque le costara alguna humillación: el temor de arrugar su pantalón le había inspirado este extraño gesto. Así, pues, por vanidad… Rojo de vergüenza, se levantó.
Arrodillado de nuevo, pero esta vez vestido correctamente, permaneció rezando algo más que de costumbre, por espíritu de mortificación. Con la cara hundida en las sábanas, y las manos en las orejas como para apartar de su cabeza todo ruido exterior, permaneció más de un cuarto de hora en esa actitud; su cabellera que se volvía casi negra, manchaba de oscuro la blancura del lecho.
Cuando se incorporó, había tomado una decisión: abandonaría la casa para irse a la habitación que le proponía David. Así, la vecindad de los blasfemos no le molestaría más y no se enfadaría. Había también almas que salvar en otros lugares, y las salvaría con paciencia, con toda esa ternura que le invadía como una gran marea de dulzura en cuanto veía ciertos rostros. ¿Por qué se le resistían? Todos sus problemas con la gente le venían por lo mismo: no podía hacerles comprender lo extremadamente peligroso que eran sus comportamientos. No sabía hablar; Las palabras le eran hostiles y se formaban con dificultad en sus labios. En ocasiones, incluso decía cosas que no quería decir. "



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