El oro (fragmento)Blaise Cendrars
El oro (fragmento)

"El viaje lo hacen con gran rapidez. La silla de posta quema etapas. Duermen en Délémont. Al día siguiente comen truchas en Saint-Ursanne, y mientras tanto los niños se extasían contemplando la pequeña ciudad que ha conservado sus murallas medievales. La señora de Suter siente cómo se le encoge el corazón ante la idea de entrar en tierra católica. La noche la pasan en la amarilla Porrentruy. Luego, al día siguiente, entran en el país de los Welches, a través de los valles de los ríos Joyce y Allaine, Boncourt, Delle, Belfort, donde cogen el coche que viene de Mulhouse.
Ahora van, a todo correr, por la carretera principal de Francia, y por Lure, Vesoul, Vitrey, Langres, llegan a tiempo a Chaumont para coger el correo de París. Desde Chaumont existe ya el coche con motor a vapor que lleva hasta Troyes, desde donde se puede ir a París por ferrocarril, pero la señora ha visto en el relevo de la posta una hoja en la que unos dibujos de un tal Daumier ponen de manifiesto todos los peligros a los que se ven expuestos los viajeros de estos nuevos medios de locomoción; ese es el motivo por el que, a pesar de las instrucciones recibidas, coge el coche de línea que viene de Estrasburgo, pues es menos peligroso y además se encontrará con gente que todavía habla alemán. Los niños, sobre todos los chicos, sufren una decepción.
En París, el señor Dardel Ainé, su banquero, la previene contra cualquier clase de precipitación. Es en su casa donde oye hablar por vez primera del descubrimiento de las minas de oro. Le entran ganas de llorar y de regresar a casa de su padre. El señor Dardel no sabe con certeza de qué se trata, pero ha oído decir que todos los desharrapados de Europa se van a California y que hay luchas y asesinatos en las minas. Le aconseja que no vaya más allá de El Havre y que pida allí informes serios a sus colegas antes de aventurarse a embarcar.
En la chalana que va Sena abajo, hay unos hombres con rostro patibulario; forman un pequeño grupo que se mantiene alejado del resto de los viajeros. Están sentados en el equipaje y hablan en voz baja entre ellos. A veces se enzarzan en discusiones feroces y se pueden oír, entre gritos y juramentos, las palabras América, California, Oro.
Los señores Pury, Pury e Hijos, se asombran al ver entrar en su despacho a la señora Ana Suter y oyen de sus propios labios que quiere ir a Nueva Helvecia. "



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