El ataúd de cristal (fragmento)Maurice Rostand
El ataúd de cristal (fragmento)

"¿Acaso estaba disgustado sólo por las implicaciones de una mentira, relacionada con la simiente de aquel edificio construido en base a burdos pretextos y honores usurpados? ¿En verdad, no sentía remordimiento acerca de las malas acciones acometidas en aquella empresa que, en lugar de ser la fuente misma de la que manara la vida, se sumía en el misterio primitivo que aflora en todas las cosas, ya que, de súbito, el deceso de Jaurès, su solitaria muerte, me había conmocionado de modo tan profundo?
¡Ah! Dios sabe que entonces operó en mí ser una especie de metamorfosis, Dios sabe que el hálito de la esperanza cruzó como un repentino ramalazo en un ánima que había perdido cualquier ilusión de un posible reencuentro consigo misma.
Al instante, me sentí palidecer, totalmente abatido por la suerte de aquel anciano vertí lágrimas de impotencia y frustración pensando en aquel corazón ineludiblemente condenado a una postrera inmovilidad.
Aún sentía fuerzas en mi fuero interno para exaltarme y reafirmarme en la convicción de que no todo estaba muerto en mí. El quebrantado vínculo que había cercenado una armónica dualidad entre el mundo y mi propio ser había sido restaurado secretamente sin conocimiento alguno por mi parte. Esta vida, este universo, habían adquirido un insospechado cariz de certidumbre que me impelía a ser fiel a los deseos de mi corazón. Álgidos pensamientos pugnaban por sobresalir indemnes en mi atormentada conciencia y es que aún era capaz de ser presa del llanto.
Pensaba en Jaurès como en una estrella rutilante que hubiera sido cuidadosamente depositada sobre nuestro mundo, la senectud de un sabio Moisés que zahiriera con fuerza la roca de la crueldad humana para que de ella brotara el candor de una inmensa ternura, frente al cual sentir que cualquier vestigio sanguinolento hubiera sido desterrado de las furibundas olas del mar. Me pregunto si podré ser perdonado alguna vez al caer rendido ante ese innegable maestro de las ideas generosas, al tratar de extraer del dolor de esta férrea supresión una especie de ominosa fe. Me pregunto, en suma, si podré ser perdonado, habiéndome sentido desesperado tantas y tantas veces, al haber hallado por fin un instante de apaciguadora esperanza y ceder al yugo de las lágrimas que derramaré por doquier.
¿No fue por causa de tus ideas que sobrevino el impetuoso llanto a las inermes ventanas de mi alma, solitario transeúnte nocturno, ni tampoco a causa de un pulcro sueño alusivo a una humanidad mejor? Las altruistas paradojas surgen de la sima del alma como una vaharada de sutil esperanza y se enseñorea de mi espíritu con mayor vigor que el nihilismo de Renan y el hormigueo de su eco se deja sentir como el tañido de unas dulces campanas. Yo soy y siempre seré uno de esos seres para los que lo más esperanzador de un futuro menos inhumano subyace en todo tipo de remedios aparentemente inútiles, ya que la curación total nunca concluye ni se ve culminada antes del advenimiento de la propia muerte. "



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