La vida en los conventos y seminarios (fragmento)Luis Astrana Marín
La vida en los conventos y seminarios (fragmento)

"En el pueblo hay pugilato por los dos. Y como ninguno ha superado al otro en el pasado curso —aunque ambos hemos hecho lo posible por diferenciarnos—, esta igualdad aumenta la expectación y el pugilato.
Observo que en el pueblo tiene más simpatías que yo.
Soy yo muy atrabiliario y raro para que la gente se fije en mí. Y como se me da un ardite de la gente, pues hago lo que me parece, y lo que menos en armonía está con mi edad.
Cuando estudiábamos en la escuela, él ha obtenido más premios que yo.
Mi soberbia me hace sospechar que era debido a que el maestro es pariente suyo.
Este maestro es inteligente, pero no sabe enseñar. Todo lo supeditaba a los palos; y abría el culo a azotes, como si él tuviese que ver algo con la lección. Es hombre, en fin, que comprende las cosas; pero sumamente lego en pedagogía.
A mí, lo confieso, me ha distinguido mucho en todo momento, no obstante ser el rival de su pariente.
Y en la escuela, en todo lo tocante a escribir, a Historia, a lectura, a Gramática, etc., siempre me tuvo el maestro en más estima que a Eduardo, que así se llama mi buen camarada, porque, como buen chico, vaya si lo es. Un tanto bastote, un poquito más grueso que yo, de cara más blanca y ancha y de la misma estatura.
Con el tiempo, quizás sea yo más alto. Me agradaría ser más alto que él. Yo soy más nervioso, él más frío, más apagado.
En fin, yo tan delgado y él tan grueso, yo tan moreno y él tan blanco, yo tan ligero y él tan pesado; somos la antítesis el uno del otro.
Es más holgazán que yo —no holgazán en el sentido de activo, pues activo y estudioso lo es más que yo—, sino en el sentido que aplican aquí a la palabra holgazán; esto es, más descuidado, más desaliñado, más sucio, para hablar claro.
Pero, en fin, si yo le aventajé en muchas cosas, aunque así no lo creyese el maestro; en otras él estaba a mayor altura que yo. En Matemáticas, por ejemplo, me apabulló siempre; quedé siempre debajo de él.
¡Les tengo un odio a las Matemáticas!
Y luego, ¡él estudia tanto!...
Mientras yo me llevo paseando por las afueras del pueblo, substrayéndome a la gente y filosofando en cierto modo sobre cuanto veo y pienso, él, tal vez con mejor acuerdo que yo, se pasa la tarde estudiando.
También posee de momento, esto es, repentinamente, más memoria que yo.
Estudia tanto, que cuentan los amigos de su casa —que es un café chiquito, servido por su padre, que alterna los vasos y tazas con el noble oficio de José, que muchas noches el padre los llama aparte y en silencio; les ruega que no hagan ruidos, y de puntillas los introduce en la habitación de su hijo Eduardo, que duerme apaciblemente si es a altas horas, con los libros sobre la cama o estudia hasta entrado el día.
En fin, el padre se recrea, y esto es muy lógico, con su muchacho, y en su condición de progenitor es muy razonable que se sienta orgulloso de tener un vástago tan aventajado. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com