Preludio con fuga (fragmento)Sara Karlik
Preludio con fuga (fragmento)

"Se me nubla el teclado, las negras ocupan el lugar de las blancas y yo estoy en el medio. Nunca tuve nada contra el color negro. «¡Dos por cuatro, dos por cuatro!», insiste, marcando el compás con el taco del zapato, pero estoy tan confundida que pienso en la maestra de todos los días, la otra, y digo: «ocho», pero ella no entiende y sigue ahora golpeando con las manos «¡dos por cuatro, dos por cuatro!», en medio del salón largo, eco también largo y yo indefensa, una culpable sin causa en un banquillo ajustable. «Un momento», digo con un hilo de voz sin enhebrar, y me deslizo para subir el taburete que parece haber descendido, o quizás el piano es muy alto. La miro por un costado y veo más largos los pelos de su barbilla y más ojos detrás de los lentes, una profesora multiplicada, mientras yo estoy por padecer una trasmutación ineludible para esperar la noche anónima bajo el piano y salir sin que las trenzas se me enreden en las piernas.
Pero no hay imaginación que funcione.
Siento los dedos pegajosos, la falda hecha una masa con los muslos acalorados. Alguien golpea la puerta, porque a todo esto la cosa es a puerta cerrada, como cualquier tortura. La secretaria entra con la taza de café. «Déjela sobre el piano», dice la torturadora. Se me va la lengua por un sorbo, pero eso de que es mala educación comer o beber sin ofrecer a quien está con uno, como me enseñaron, es mentira. Me quedo con la boca seca como trapo estrujado. Está a punto de tomar el lápiz y calificarme (porque cada clase se califica). Ojalá tome el café antes y fume un cigarrillo para entonarse. «Seguirás estudiando la misma [51] lección», sentencia, sin caer en cuenta de que eso ya lo dijo la clase anterior, y la otra de antes y la de más allá, que los mismos sonidos ya me producen náusea, pero mueve la cabeza afirmativamente, como siempre lo he hecho porque también me lo enseñaron y no es que hubiera aprendido, pues de lo contrario no estaría repitiendo esa lección que resulta tan cara porque está en un punto muerto irremediable.
Entonces empecé a decir en mi casa que la profesora no ponía interés al enseñar, que no quería cambiarme la lección, y eso de no cambiarme la lección era grave, más grave que si hubiera insinuado que no quería seguir con el estudio del piano, prueba fehaciente de su inclinación por Aurelia, a quien cambiaba la lección cada semana.
Así fue como de un día para otro, sin algún preludio, de los que me gustaban ni fuga para escaparme, me encontré cara a cara, mejor dicho, costado a costado, con Carlos Aníbal, mi nuevo profesor. Del calor de la cara roja y la traspiración excesiva pasé al frío en pleno verano con 15 grados de edad, palpitaciones internas y externas y calambres en el corazón. "



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