Manuscrito encontrado en Zaragoza (fragmento)Jan Potocki
Manuscrito encontrado en Zaragoza (fragmento)

"Partí y tomé el camino de España. Pasé ocho días en Bayona. Llegué un viernes y me alojé en un albergue. En medio de la noche me desperté sobresaltado y vi frente a mi lecho al señor Taillefer, que me amenazaba con su espada. Hice la señal de la cruz, y el espectro pareció deshacerse en humo. Pero sentí la misma estocada que había creído recibir en el castillo de Tête-Foulque. Me pareció que estaba bañado en sangre. Quise llamar y levantarme, pero una y otra cosa me fueron imposibles. Esta angustia indecible duró hasta el primer canto del gallo. Entonces me volví a dormir, pero al día siguiente estuve enfermo y en un lamentable estado. Tuve la misma visión todos los viernes. Las prácticas devotas no han podido librarme de ella. La melancolía me conducirá a la tumba, y allí descenderé antes de haber podido librarme de las potencias de Satán. Un resto de esperanza en la misericordia divina me sostiene aún y me permite soportar mis males.
(...)
No tardó la banda en disolverse; varios de nuestros bravucones fueron a dejarse prender en Toscana; otros se unieron a Testalunga, que empezaba a conseguir cierta reputación por toda Sicilia. Hasta mi propio padre pasó el estrecho y se dirigió a Mesina, donde pidió asilo a los agustinos del Monte. Entregó su pequeño peculio en manos de estos monjes, hizo penitencia pública y sentó sus reales en el pórtico de su iglesia; ahí llevaba una vida muy tranquila, con libertad para pasear por los jardines y patios del convento. Los monjes le daban la sopa, y él mandaba por un par de platos a una tasca vecina. Para colmo, el hermano lego de la casa le curaba sus heridas.
Sospecho que entonces mi padre nos hacía llegar fuertes remesas de dinero, porque en nuestra casa reinaba la abundancia. Mi madre participó en los placeres del carnaval, y durante la cuaresma hizo un belén o pesebre, representado por figuritas, castillos de azúcar y otras niñerías de igual clase, que están muy de moda en el reino de Nápoles y son un objeto de lujo entre los burgueses. Mi tío Lunardo también tuvo un pesebre, pero sin comparación con el nuestro. Por lo que recuerdo de mi madre, me parece que era buenísima, y con frecuencia la vimos llorar por los peligros a que se exponía su esposo; pero los triunfos obtenidos sobre su hermana o sus vecinas no tardaban en secar sus lágrimas. La satisfacción que le dio su hermoso belén fue el último placer de ese tipo que pudo saborear. No sé cómo, pescó una pleuresía de la que murió días después.
Ignoro qué habría sido de nosotros a su muerte si el barigel no nos hubiese llevado a su casa, donde estuvimos varios días; luego, nos puso en manos de un arriero que nos hizo cruzar toda Calabria y llegar, catorce días después, a Mesina. Mi padre ya conocía la muerte de su esposa. Nos acogió con mucha ternura, nos buscó una esterilla que puso junto a la suya, y nos presentó a los monjes que nos sumaron al grupo de monaguillos. Servíamos la misa, apagábamos los cirios, encendíamos la lámpara, y, salvo en eso, seguíamos siendo pícaros tan descarados como lo habíamos sido en Benevento. Cuando comíamos la sopa de los monjes, mi padre nos daba un tarín a cada uno, y nos comprábamos castañas y bizcochos… luego íbamos a jugar al puerto y no volvíamos hasta la noche. Éramos, en fin, pilluelos felices… cuando un suceso que ni siquiera hoy puedo recordar sin un arrebato de furia, decidió el destino de toda mi vida. "



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