El arco iris (fragmento)Felipe Alfau
El arco iris (fragmento)

"Aunque el hostelero no consideraba el ejercicio de las bellas artes como un oficio decente y rentable, se había dado cuenta de la falta total de interés que demostraba su hijo por todo lo tocante a asuntos comerciales y de cómo cualquier cosa que pasara por delante de sus ojos, ya fuera una mosca o un cometa, le distraía y le hacía quedarse con la boca abierta. Así que el hostelero pensó que tal vez no estaría mal dejar que su hijo se dedicara a lo único por lo que parecía mostrar verdadero interés, y el trato quedó satisfactoriamente cerrado.
Empezaron las clases. Perico y su maestro salían juntos al campo y se pasaban todo el día pintando. Perico tenía permiso para pintar lo que le diera la gana y casi nunca era corregido. Lo único que hacía el pintor de vez en cuando era dejar su propio trabajo para acercarse a Perico y observar los progresos que iba haciendo en el suyo, dejando caer como al descuido alguna observación o comentario incidentales. La mayor parte del tiempo se lo pasaban hablando de cosas que no tenían que ver con la pintura, y a Perico estas conversaciones le resultaban entretenidísimas y muy instructivas. Total, que dejó de ir por la vida con la boca abierta.
Al cabo de cierto tiempo, otros chicos del pueblo quisieron recibir también lecciones de pintura, y el pintor no tardó en tener una clase bastante numerosa. Y tanto los alumnos como todos los habitantes del pueblo empezaron a llamarle el maestro.
Cuando hacía buen tiempo, el maestro salía del pueblo rodeado de sus colegas, como llamaba él a los niños. Iban paseando hasta toparse con un lugar agradable, extendían sus lienzos sobre un bastidor de madera y se ponían a trabajar. El maestro se solía aplicar al cuadro que estuviera haciendo y dejaba a los chicos en libertad para pintar lo que les diera la gana o para fijarse, si así lo preferían, en cómo lo hacía él.
A todos les parecía que lo hacía divinamente. Siempre se las arreglaba para poner de relieve pequeños detalles y sombras de color que pasaban desapercibidos a la mirada corriente. Siempre les daba consejos bien fundados que les servían de mucho para hacer progresos en su trabajo. Pero la mayor parte del tiempo les hablaba de otros muchos asuntos que no tenían relación con la pintura, y al cabo de algún tiempo los alumnos se dieron cuenta de que estaban aprendiendo cantidad de cosas importantes.
Al atardecer regresaban, y cuando se empezaban a encender las farolas, el jovial grupo invadía el pueblo con sus risas y su alegría. Pasaban por las calles corriendo, jugando y gritando, y el maestro era casi siempre el que hacía más ruido de todos, como si fuera un chiquillo más. Luego iba a sentarse al borde de la fuente que había en el centro de la plaza, y los chicos se agrupaban en torno suyo. Entonces empezaba a contarles cuentos. Eran cuentos maravillosos, cuentos de misterio y de aventuras, pero el nombre del protagonista de aquellos extraordinarios argumentos coincidía siempre con el de alguno de los muchachos del grupo. Y allí se quedaban oyéndole hasta la hora de cenar, momento en que se desperdigaban cada cual hacia su casa y el maestro se iba a dormir a su buhardilla. "



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