El viaje del elefante (fragmento)José Saramago
El viaje del elefante (fragmento)

"Quién es salomón, preguntó el cura. El elefante se llama salomón, respondió el cornaca. No me parece apropiado darle a un animal el nombre de una persona, los animales no son personas y las personas tampoco son animales, De eso no tengo tanta certeza, respondió el cornaca, que comenzaba a irritarse con el parlatorio, Es la diferencia entre quienes tienen estudios y quienes no los tienen, remató, con censurable altanería, el cura. Dicho esto, se dirigió al comandante preguntándole, Vuestra señoría da licencia para que cumpla mi obligación de sacerdote, Por mi parte sí, padre, aunque el elefante no está bajo mi poder, sino del cornaca. En vez de esperar a que el cura le dirigiese la palabra, Subhro acudió en tono sospechosamente amable, por ser quien es, señor padre, salomón es todo suyo. Pues bien, ha llegado el tiempo de avisar al lector de que hay aquí dos personajes que no están de buena fe. En primerísimo lugar, el cura, que al contrario de lo que afirma no trae agua bendita, sino agua del pozo, sacada directamente del cántaro de la cocina, sin ningún paso, real o simbólico, por lo empíreo, en segundo lugar, el cornaca, que espera que algo suceda y que está rezándole al dios ganesh para que suceda de verdad. No se acerque demasiado, previno el comandante, mire que tiene tres metros de altura y pesa unas cuatro toneladas, si no más, No puede ser tan peligroso como la bestia del leviatán, y a ése lo tiene subyugado de por vida la santa religión católica, apostólica y romana a que pertenezco, Yo lo he avisado, la responsabilidad es suya, dijo el comandante, que en su experiencia de militar había oído muchas bravatas y constatado el triste resultado de casi todas. El cura sumergió el aspersorio en el agua, dio tres pasos adelante, y salpicó con ella la cabeza del elefante al mismo tiempo que murmuraba unas palabras que por el aspecto podían ser latines, pero que nadie entendió, ni siquiera la reducidísima parte ilustrada de la asistencia, o sea, el comandante, que tenía algunos años de seminario, resultado de una crisis mística que acabaría curándose por sí misma. El reverendo seguía con su trabajo y, poco a poco, se iba aproximando a la otra extremidad del animal, movimiento que coincidió con la aceleración de las preces del cornaca al dios ganesh y con el súbito descubrimiento, por parte del comandante, de que las palabras y los gestos que el cura estaba haciendo pertenecían al manual del exorcismo, como si el pobre elefante pudiese estar poseído por algún demonio. Este hombre está loco, pensó el comandante, y en el instante mismo en que lo pensó, vio al cura derribado en el suelo, recipiente por un lado, aspersorio por otro, la falsa agua bendita derramada. Las ovejas avanzaron para ayudar a su pastor, pero los soldados se interpusieron para evitar atropellos y confusiones y, si bien lo pensaron, mejor lo hicieron, porque el cura, ayudado por los hércules locales, ya intentaba levantarse, manifiestamente dolorido en el muslo izquierdo pero, según todos los indicios, sin ningún hueso partido, lo que, teniendo en cuenta la avanzada edad y la flácida corpulencia del individuo, casi se podría considerar uno de los más acabados milagros de la santa patrona del lugar. "


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