Tierra roja y lluvia torrencial (fragmento)Vikram Chandra
Tierra roja y lluvia torrencial (fragmento)

"Hércules estaba de pie a su lado, corpulento, con la cabeza echada hacia atrás, su gesto habitual de orgullo, y sentados alrededor de ellos, en sillas de mimbre de jardín, otros hombres, también con sobretodos negros, escuchaban respetuosamente, mostrando su interés y reflexión en sus frentes arrugadas y en las cabezas apoyadas en las manos; el hombre pelirrojo respiró profundamente, como dispuesto a seguir hablando, y Sanjay tiró del dhoti de Chotta, para que no siguiera avanzando. «Finalmente, amigos míos —continuó el pelirrojo—, el muy sinvergüenza dijo… y casi me falta valor para repetirlo ante una asamblea de hombres temerosos de Dios, dijo… —y miró el papel, apretó los dientes y levantó la mirada al cielo, como en demanda de ayuda; luego volvió a consultar el papel, se humedeció los labios y habló, con ojos casi desorbitados—, dijo esto, cito: “El pueblo de la India es una raza sobria, tranquila y trabajadora, y la propagación del cristianismo, no es deseable ni realizable”».
Un coro de murmullos de incredulidad y disgusto surgió de Hércules y los demás, y Chotta, encima de ellos, tembló y se giró, asustado como una mangosta: Sikander dobló la esquina, con los ojos puestos en Sanjay y Chotta, con los pies firmes en el centro del parapeto, el cuerpo relajado, una sonrisa de triunfo en la cara y el brazo extendido para tocarlos y rematar el juego; Sanjay, siguiendo la mirada de Chotta, se dio la vuelta, y entonces las piernas de Chotta presionaron su espalda (las cabezas de abajo empezaron a mirar hacia arriba) y, mientras Sanjay trataba de alejarse del contacto de la mano ansiosamente extendida (conocía su fuerza dolorosa), se las arregló para, en medio de tanta actividad, envidiar durante unos segundos la postura grácil de Sikander y maldecir la torpeza de sus propias piernas, para desear la fuerza en lugar de su precoz e inservible habilidad para escribir (a los dos años ya conocía el alfabeto y, a los cuatro y medio, el placer de un pareado que rimaba casi por sí solo), pero, entonces, advirtió que no tenía nada detrás y se vio sometido a las exigencias de la pesada e insoslayable gravedad; apareció en su rostro la confusa expresión de qué-es-este-vacío-bajo-mi-culo cuando empezó a tambalearse y caer hacia atrás, resbalando los tobillos por la piedra, el mundo cabeza abajo, y todas las cosas del suelo —hojas, briznas de hierba, granos de arena y algo más, dos golpetazos— aumentando de tamaño, un momento de lucidez:
Yama es un dios feliz. Las ruinas fecundan la tierra, la cosecha son los zarcillos que brotan del suelo, entre las plantas de nuestros pies. Nos ocupan sin nuestro conocimiento.
Los milanos giran en perezosos círculos durante miles de años, atentos a la menor mota de polvo en el suelo. Todo ser es quien come y lo comido, las rocas vibran, se dilatan, se contraen, hasta que estallan. Las serpientes abandonan sus tesoros enterrados para desprenderse de sus pieles bajo el sol, abandonando la figura de sus identidades anteriores, frágiles historias que se desintegran tan pronto como se forman.
El paso del poderoso es ruidoso, pero hasta ese sonido queda amortiguado por la lluvia. Los ríos se desbordan y los cadáveres hinchados de los leones suben y bajan como juguetes para niños, ablandados y dispuestos para la destreza cirujana de los buitres. Los sedimentos cubren los monumentos, la arcilla y la ceniza obstruyen las ventanas, y cuando se retiran las aguas, los agricultores siegan la rica cosecha. "



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