Las llaves del reino (fragmento)A. J. Cronin
Las llaves del reino (fragmento)

"En Clermont mantenía Polly su indomable personalidad, y Ned era acaso un poco más difícil de tratar que de costumbre. Agazapado en su silla de ruedas, con una manta sobre las piernas, hablaba mucho y bastante tontamente. Habíase acordado al fin un arreglo con Gilfoyle para liquidar los restos de los intereses de Ned en la Taberna de la Unión. La suma era mezquina, pero Ned alardeaba de ella como una fortuna. La dolencia hacía que la lengua le resultase como demasiado grande para su boca, haciéndole hablar de un modo deplorablemente inarticulado.
Judit ya estaba en la cama cuando Francisco llegó y, aunque Polly nada dijo, en su actitud había una insinuación de que la niña había sido castigada por alguna travesura. Este pensamiento entristeció más aún al joven.
Daban las once cuando salió del piso. Ya había partido el último tranvía de Tynecastle. Volviendo a pie, un tanto abatidos los hombros bajo su disgusto final, pasó por Glanville Street. Al cruzar ante la casa de los Neily vio que el doble ventanal de su piso bajo, correspondiente al dormitorio de Carlota, estaba aún iluminado. Advirtió moverse figuras, vagas sombras a través de la amarilla persiana.
Un impulso de contrición le dominó. Oprimido al reconocer su obstinación, sintió el súbito deseo de ver a las Neily y excusarse ante ellas. Con poderoso instinto de reparación, cruzó la calle y subió los tres peldaños de la puerta. Alzó la mano hacia el aldabón, pero, luego, rectificando; empuñó el picaporte de antigua hechura. Había adquirido la facilidad, común a médicos y sacerdotes, de entrar sin anunciarse en las alcobas de los enfermos.
Del dormitorio, que se abría al recibidor, salía una vasta claridad de gas. Dio un suave golpe en el quicio de la puerta y entró en el cuarto. Y allí quedó, súbitamente petrificado. "



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