En la calle Mantuleasa (fragmento)Mircea Eliade
En la calle Mantuleasa (fragmento)

"Al cabo de dos semanas, Oana los había agotado. Ahora la evitaban, se ocultaban en los barrancos y los declives para escaparse de su vista y poder dormir. A la tarde sólo iban al redil para llevar los rebaños. Muchas veces Oana fue por la noche a buscar al jefe de los pastores pero él también se había hecho presa del pánico y dormía con el vergajo al lado. «¡Eh, chica! ¡No te me acerques!», le gritaba. «Soy un hombre mayor y quiero volver a ver a mis hijos. Quiero morir en el pueblo y que sean ellos los que me entierren. ¡No te me acerques, si no, te golpeo!» Y Oana, movida por la piedad, lo perdonaba. Se iba entonces a la montaña para hacer salir a los otros pastores de sus escondites. Pronto se extendió por las montañas el rumor del comportamiento de Oana y los pastores iban y Oana los extenuaba en su camastro y a la mañana ya no lograban llegar a su manada. Se desmayaban de sueño y se tendían para dormir no importaba dónde. Las ovejas, dejadas al cuidado de los perros, se dispersaban, se separaban, se iban por la pendiente, balaban de terror, se sentían abandonadas. Ya sólo se escuchaban en las montañas los ladridos de los perros perdidos y las ovejas heridas que gemían y se dejaban caer al fondo de los barrancos para morir. En los poblados del valle supieron de estos acontecimientos y los notables ascendieron acompañados por matones, pero Oana los acogía y reventaba a uno por uno. Al otro día descendían extenuados, agotados. Incluso algunos no volvían a su pueblo sino que se quedaban dormidos al borde del camino todo el día y la noche siguiente. Se diría que salían de una grave enfermedad. Las mujeres comenzaban a temer y muchas pensaban que habían perdido de veras a sus maridos, porque Oana los había vuelto impotentes después de haberlos agotado algunos días y algunas noches allá arriba, en su guarida de la montaña.
Entonces las esposas decidieron ojearla y, una vez atontada, golpearla, pisotearla y torturarla. Unas cincuenta mujeres de todos los poblados del valle subieron y cuando la vieron bella y desnuda bañándose en una fuente buscando, con los ojos entre las rocas y los altos arbustos, a un hombre que no hubiera tenido todavía entre sus brazos, se quedaron petrificadas y se persignaron. Oana avanzó a su encuentro, desnuda como estaba, simplemente con su cabellera muy larga cubriéndole el pecho y les preguntó: «¿Qué quieren señoras?». Una salió del grupo y le dijo: «Venimos para hechizarla, señorita, para que deje a nuestros maridos en paz, pero ahora que la vemos, entendemos que no serviría de nada hechizarla. No es como nosotras, pobres mujeres y simples criaturas de Dios. Usted es de una raza de gigantes. Probablemente desciende de judíos gigantes que atormentaron a Nuestro Señor Jesucristo. Eran lo bastante altos y poderosos como para torturar incluso a él, al Hijo de Dios. Siendo así, ¿para qué ojearla? No daría resultado. Pero le rogamos que deje a nuestros maridos en paz. Los pobres no son para usted. Son bastante buenos para nosotras, mujeres valientes que vivimos en el temor de Dios. Vuelva allá de donde vino, busque un marido de su clase. ¡En el país donde nació, debe haber algún hijo de gigante, un muchacho que se case con usted y con el que se podrá entender bien!...». «Señoras, les contestó Oana, si vine a la montaña fue con un propósito deliberado. Está escrito en mi destino que debo buscar aquí a mi marido, y cómo debo encontrarlo. Descenderá un día a mi encuentro, sobre dos caballos a la vez... Y si el jefe de los pastores no me hubiera sometido con un vergajo en la nuca no hubiera conocido varón todavía, porque de todos los pastores que quisieron someterme ninguno ha logrado echarme por tierra. Pero fue por sorpresa que fui violada. Así que no es mi culpa si ahora quiero seducirlos y conocerlos a todos. ¡No soy de madera, yo tampoco!...». «¡Oye, chica, gritó una de las mujeres, un hombre montado en dos caballos a la vez no existe en todo el país! Si eres de una raza de gigantes sería mejor que buscaras un dragón del cielo. "



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