Ibis (fragmento)José María Vargas Vila
Ibis (fragmento)

"Las luces blondas del último reflejo solar habían sucedido las azules profundidades de la noche, en cuyo seno las estrellas semejaban avalanchas de oro, en la gloria cambiante de los cielos tropicales.
La luna, como un pájaro mitológico prisionero en una red azul con puntos de oro, ascendía al horizonte, melancólica, como a lentos golpes de ala en la quietud intangible del Espacio, en la gloriosa apoteosis del Silencio.
Las nubes, como cisnes eucarísticos, con las alas abiertas, encorvado el grácil cuello, la seguían en su ascensión, en la actitud extática de esos serafines, que sostienen la Hostia Santa en los frescos piadosos de Fra Angélico y en los misales policromos de viejos monasterios.
Fue en esa noche saturada de voluptuosidades, bajo las transparencias castas de ese cielo poblado de visiones luminosas, que Adela abandonó el Convento, y pasando el dintel sagrado, entró al coche en que Teodoro la esperaba, descuidada y fatal, fascinadora y enigmática, con la inconsciencia pavorosa de la Fatalidad y de lo Ineluctable.
El coche partió con ellos en la sombra estremecida.
El tuvo un momento de locura virtuosa, y pensó seriamente en depositarla en casa de sus tías, señoras piadosísimas y ancianas, y dio al cochero aquella dirección.
La noche tibia los envolvía en efluvios voluptuosos.
De los jardines escapaban por sobre las rejas, macetas trepadoras, blancas y fragantes, como vírgenes enclaustradas, que salieran a mirarlos, estremecidas bajo las caridades rosadas del gas, más pálidas en esa profanación de su virginidad silenciosa.
Perfumes enervantes, como el alma de las flores, llenaban la atmósfera cálida. Un concierto extraño de armonías desconocidas había en el aire, como si el alma de la Noche sollozara, desgranándose en los tonos elegíacos de un ruiseñor enamorado.
En el claro azuloso de esa noche, embalsamada como el cáliz desmesurado de una gran flor del cielo, la majestad espectral de los árboles se dibujaba en el horizonte, en cuyo fondo, de una palidez metálica, las nubes multiformes semejaban una bandada de aves en derrota.
Organillos de las calles les preludiaban melancólicas canciones de ternuras sin palabras, estrofas de himnos impregnados de suspiros, notas evocadoras de recuerdos lejanos, gritos de pasión, que despertaban fantasmas de sueños, caricias locas, murmullos de ruegos y de besos...
Los ruidos de afuera no perturbaban la dulce beatitud de los amantes.
Ambos callaban, impregnados de lo irreal, como de un perfume capcioso. El silencio es como el aroma del amor.
La palabra lo evapora. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com