Regocijo en el hombre (fragmento)Salvador García Aguilar
Regocijo en el hombre (fragmento)

"Nunca podré agradecerle suficientemente haberme colocado al lado de mi buen Cenryc, dispensador de conocimientos, disculpador de flaquezas e ignorancias, que las tuvo y supo disimularlas. Sin un solo gesto displicente, enseñándome sin que los demás notaran mis errores. Que si mi padre me armó caballero, él me transformó en adalid, y si aquél fue mi padre material, éste lo fue espiritual; me moldeó como hubiera hecho con un hijo propio. Al no cegarle la pasión de la sangre, el amor le nacía en el manso regazo de su corazón.
Vuela en mi mente la imagen de mi padre como gigante enfrentándose a los dragones que acabaron arrebatándole el reino y la vida. Cenryc anida en mi corazón como suave bálsamo obligándome a caminar sin amargura, aunque nadie pueda impedirme la tristeza.
A todos mis tanes guardo el amor con que me criaron. Recuerdo con emoción la virtud de Penda, profundamente religioso. Hijo de un rico vasallo, Intendente de la Corte, quien procuró una sede arzobispal para otro hijo, quedando él para servir al rey, aunque más merecía el nombramiento. Pensaba reparar la injusticia y concederle el báculo y la mitra en cuanto alcanzara el trono y tuviera prerrogativas, pues otro mejor dotado no conocía.
Ensalzar también debo la virtud de Alberto, buen conductor de hombres. Sabía hallar la fórmula oportuna para contentar, interesándoles en la misma idea. Todos confiaban en su buen juicio. Componedor de entuertos y consumado avenidor, en lo que era maestro. No vacilaba en inventar lo necesario si el bien común lo justificaba. Al final todos quedaban reconocidos. A él debo el difícil aprendizaje en el arte de la diplomacia, con el desarrollo de una infinita paciencia.
No menos aprendí de Teobaldo, cumplidor inflexible en quien podía confiarse. Me enseñó la importancia de la planificación y el valor de los detalles. Le satisfacía la tarea meticulosa y la previsión. Sufrimientos y desesperanzas nunca se reflejaron en su rostro. Se mantenía equilibrado de carácter. Argüía que el destino era mudable; otros tiempos vendrían y entre tanto no merecía trastocar el ánimo.
Cenryc insistía siempre en que un guerrero debe mantener caliente el corazón y fría la cabeza. Idéntica máxima me exponía Aedan, guerrero improvisador, fuerte y temerario a veces, impetuoso y genial, capaz de alzarse con el triunfo donde otros desconfiaban. Poseedor de intuición y astucia. Me entrenaba con espada y hacha, también con la maza y la lanza. Me reprochaba los arrebatos cuando sólo usaba la fuerza, olvidando que el ataque y la defensa deben controlarse con el juicio. Y en prueba me infligía tan severos castigos que bien pudieran costarme la vida en lucha real. Imprevisible en el combate, mucho aprendí de sus argucias y tretas. Le debo no haber desfallecido nunca, pues afrontaba cualquier momento difícil con inspiración. Y si para ello se separaba alguna vez de las instrucciones recibidas, justo es reconocerle que entonces los resultados superaban lo previsto.
Luchaba también con los otros tanes y hasta con destacados soldados de la mesnada. Deseaba aprender todos los estilos y maneras, que cada cual usa sus astucias. Y aun cuando no siga las mismas el villano que el caballero, ambos pretenden conservar su vida y arrebatar la del contrario. Todos se esforzaban en transmitirme su experiencia y habilidad preparándome para el momento de mi venganza. Que ya no era solamente mía, sino que tal honor comprendía a todos.
Debo mi gratitud hasta al último soldado. Estoy seguro de no engañarme pensando que jamás hubo ejército más disciplinado y encariñado con una ilusión común, espíritu de sacrificio y lucha. Conscientes de que el enemigo era fuerte y difícil de vencer. "



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