La educación de Oscar Fairfax (fragmento)Louis Auchincloss
La educación de Oscar Fairfax (fragmento)

"Pasó un tiempo considerable antes de que me aventurase con otro libro, y cuando lo hice, fue con la aprobación o, al menos, con la benigna indiferencia de mi esposa. En 1935 ya hacía unos años que habíamos vuelto a Nueva York, y durante aquel tiempo había dedicado mis mejores esfuerzos al trabajo en la oficina. Mis socios, que profesaban admiración por mi capacidad diplomática con las personas, o quizá la consideraban superior a mis habilidades jurídicas, me habían confiado la administración interna de la empresa que, de cualquier modo, me gustaba mucho más que la práctica de la abogacía.
Me gustaba estar al tanto de los problemas personales de los oficinistas y de los demás empleados, y me preocupaba por hacer de la empresa una especie de familia. Los salarios, la asignación de despachos y las condiciones laborales no eran mi única responsabilidad; me encargaba también de la salud y de los problemas domésticos de todos mis empleados. Y organizaba eventos sociales: comidas para los abogados, un baile para el personal, una excursión al club de campo de Long Island en primavera. A algunos de los socios más antiguos estos entretenimientos les parecían un derroche, pero los más jóvenes me apoyaban, y creo que puedo enorgullecerme de haber sido un pionero de la humanización de la antigua «fábrica del derecho».
También intenté, pero con mucho menos éxito, echar una mano con la historia de la firma que mi padre, ahora retirado, estaba escribiendo. Me temo que cuando por fin se editó —fue una edición personal— nadie ajeno al despacho llegó a leerla hasta el final. Mi padre apenas había prestado oídos a sugerencia alguna; su estilo era seco, y tan sólo unas cuantas pálidas anécdotas sobre las reverenciadas excentricidades de dos o tres venerables fundadores conseguían aligerarlo. Su insistencia en la extraordinaria inteligencia de sus asociados, pasados y presentes, era tal, que el lector podría preguntarse si no habían estado trabajando tanto para el bien público como para los intereses de sus clientes. De cualquier modo, para mi padre lo uno y lo otro eran lo mismo.
Pero el lugar que la historia escrita por mi padre ocuparía en mi vida no radicaba en lo que se decía acerca de la firma, sino en el modo en el que su capítulo sobre Gideon Hollister agudizó e intensificó mi ya considerable interés por aquel gran hombre. Mi padre, que había sido su compañero en la Facultad de Derecho de Harvard y que le había convencido para abandonar su Boston natal y probar suerte en Nueva York con Jason & Fairfax, contaba los detalles sobre la vida de su amigo, con la que yo estaba familiarizado, sólo a grandes rasgos. Hollister, de muchacho, había convencido a sus acaudalados padres de que le permitieran cumplir su sueño de endurecerse y probarse a sí mismo trabajando durante los veranos en la minas de cobre y en los ranchos. Se marchó un tiempo de nuestra firma para unirse a los Rouge Riders en la guerra de Cuba y seguir a su héroe, Theodore Roosevelt, en el asalto a la colina de San Juan. De nuevo se volvió a marchar, esta vez de la Corte de Apelaciones en Albany, cuyo escaño había conseguido a la edad de cuarenta años, para servir en el Estado Mayor de Pershing durante la Gran Guerra y, a los cincuenta años, combatió en el frente europeo. Incluso cuando era juez del Tribunal Supremo de los Estados Unidos, cargo al que el presidente Coolidge le había ascendido, había pasado algunos veranos cazando en Kenia. Como mi padre escribió en una de las más vívidas frases del libro: «Para el juez Hollister, las vacaciones perfectas consisten en estar solo en la selva sin que nada más que un fusil se interponga entre él y un gran felino o un paquidermo en plena embestida». "



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