Han matado a un hombre, han roto un paisaje (fragmento)Francisco Candel
Han matado a un hombre, han roto un paisaje (fragmento)

"El Abrán había entrado a trabajar en un taller de ebanista. Al Gafas también le hubiera gustado, pero no tenía un pantalón largo para parecer mayor de lo que era cuando fuese a pedir faena. Se quiso poner los de cuando hizo la Primera Comunión, que eran de marinero, pero ya no le venían. Luego, su madre, lo había metido a monaguillo. El Abrán se burlaba y le preguntaba si se bebía el vino del cura; gastaba chirigotas sacrílegas. Al final habían reñido. El Abrán ya no era como antes de la guerra.
En los cines, a media película, aparecía el retrato de Franco en la pantalla, sonaba el «Himno Nacional» y todo el mundo tenía que levantar el brazo. El Caliche se resistía a hacerlo. Un policía le llamó la atención.
Tengo el brazo derecho inútil. Sí quiere, saludaré con el izquierdo.
Bueno, bueno, si es así, déjelo, había mascullado el guardia. El Caliche, además de ufanarse de su cara dura, presumía de que por vez primera lo hubieran tratado de usted.
¿Por qué no levanta usted la mano?, me dijo. ¡Ya lo creo que me lo dijo!
El Abrán, el primer día que entró a trabajar quiso hacerse un avión con un trozo de madera. El encargado le había dicho: Mucho cuidado con las sierras. El Abrán colocó el trozo de madera en una de ellas y, {zas!, se rebanó la yema de un dedo. Le daba vergüenza el que vieran que le había ocurrido esto. Se puso la mano debajo de la camisa. El encargado vio la sangre. Ya te lo advertí, chaval. Le hizo ir al botiquín a curarse. Una vez vendado, el Abrán volvió a lo del avión. Esta vez se cogió dos dedos. Le daba más vergüenza que antes. El encargado advirtió de nuevo la sangre. ¿Otra vez, chaval? Lo curaron y lo enviaron a la mutua.
¡Pues sí que he tenido buen comienzo!, decía después el Abrán.
En los cines, uno a cada lado de la pantalla, había el retrato de José Antonio y el de Franco.
El nuevo cura llevaba el Viático a los enfermos con toda pompa y solemnidad. Sus feligreses eran unos despistados. En lugar de arrodillarse, saludaban brazo en alto, como si el Santísimo fuera una bandera. Indudablemente estaban influenciados por el nuevo estado de cosas. El cura sacaba la mano de debajo del paño de hombros y de un golpe en la nuca los hacía arrodillar. Quedaban de rodillas y con el brazo en alto, como estatuas, petrificados. "



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