Temperamentales (fragmento)Francisco Candel
Temperamentales (fragmento)

"En la fonda sólo quedábamos ya una escasa representación de la colonia de los averiados. Comíamos en la mesa larga del fondo, para estar más agrupados y divertidos, pero cuando a los pocos días se marcharon Andreu, Ignacio y el señor Pera, hubiéramos cabido, los que quedábamos, tranquilamente en una mesa para cuatro. Sin embargo seguíamos allí porque nos gustaba aquella amplitud y porque la señora Roseta, ahora, no tenía el menor inconveniente en ello.
Los días, generalmente, eran grises, y a media tarde era necesario colocarse el jersey. La ola de frío, sin embargo, había pasado, y el tiempo volvía a ser apacible y bueno.
Dábamos grandes paseos, la señora Carmen, Blanquita y yo. Baltasar prefería quedarse en la fonda.
Estos paseos, tan serenos, tan suaves, tan melancólicos, eran muy de mi agrado. Al volver a la carretera, se veía el pueblo sobre un fondo violeta. Tras los montes lejanos, aún persistía un fulgor rojo.
Eran momentos de verdadero éxtasis. Un bienestar enorme inundaba mi corazón y un sentimiento amoroso fluía dulcemente de él. Notaba que estaba enamorado de Blanquita y de la señora Carmen, y las hubiera abrazado, para fusionarlas conmigo, y encontraba que eran mías y que nadie tenía derecho a ellas. Eran unas sensaciones inexplicables e intrascendentales, unas sensaciones que aunque inexplicables yo intentaba explicarlas a Jaime en algunas largas cartas que le escribía, y que aunque intrascendentales me producían celos cuando veía que Jaume, el hijo de la casa, que cada año se enamoraba de una señorita veraneante, le hacía la corte a Blanquita, con cierto beneplácito por parte de ella, o cuando encontraba a Baltasar en la habitación de la señora Carmen.
Una mañana, al salir a la calle después del desayuno, vimos un forastero. Paseaba arriba y abajo, con las manos a la espalda. Tenía un aire taciturno y estaba pálido, extremadamente pálido. Cuando nos vio nos saludó muy cortésmente.
[...]
Le gustaba mucho beber, especialmente anís. Como le habían dicho que el alcohol era nocivo para esta enfermedad del pecho, tomaba el anís con agua. En un vaso grande vertía una copita de anís. Así se disimulaba. Pero en ocasiones no podía resistir la tentación y lo bebía, el anís, puro. Tenía una manera muy singular de agenciarse el anís. Cuando nadie de la casa lo podía ver se arrimaba a las estanterías y se escanciaba una o dos copas, depende. Si alguien lo miraba le hacía un guiño significativo, un guiño de complicidad, y le ofrecía la botella.
Por las noches, en lugar de acostarse temprano, como todos, se retiraba muy tarde. Se quedaba haciéndole compañía a Jaume y al Forner, que trabajaban toda la noche en el horno. Descorchaban alguna botella de champaña y se la bebían acompañándola con buenos trozos de coca. En ocasiones acababan un poco mareados. "



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