Yo, la Divina (fragmento)Rabih Alameddine
Yo, la Divina (fragmento)

"No hacía mucho tiempo que pintaba, pero había logrado un estilo propio. Después de recibir la influencia de lo que algunas personas llamaban abstracción de ángulos rectos, desde Mondrian a McLaughlin, empecé a pintar barras rectangulares simétricas sobre un fondo liso pintado. Los lienzos eran siempre grandes.
Conduje mi Honda Accord por la autopista por la simple razón de que necesitaba salir de casa. Era domingo por la mañana y quería tiempo para pensar. Crucé el puente ignorando hacia dónde me dirigía. Al cabo de un rato, di la vuelta y regresé por la misma ruta sin ni siquiera pensar en ello. Me preguntaba qué hacer mientras las onduladas montañas de East Bay pasaban junto a mí. Mi ex amante, David, no me había llamado en los últimos seis meses, pero yo todavía deseaba fervientemente que lo hiciera. Estaba atrapada en una relación que hacía años que había terminado.
Como siempre había creído que las relaciones eran lo más importante de la vida, se podría decir que había tenido una vida más bien pobre. Si las relaciones eran el crisol donde tenían lugar las transformaciones, yo había hecho estallar en pedazos esos frágiles recipientes. Había echado a perder todas las relaciones sentimentales que había emprendido. Las causas de esos fracasos seguían siéndome desconocidas, pero no los sentimientos que acarreaban. A veces me sentía como si hubiera sido arrojada a un mar de una tristeza insoportable. No sabía con certeza si los sentimientos eran consecuencia directa de mi incompetencia en las relaciones o el efecto de un desequilibrio bioquímico. A veces, como en ese momento, mientras conducía por la autopista, lloraba sin razón alguna.
La tristeza envolvente se iniciaba en el estómago, ascendía hasta el corazón y me inundaba. Mientras conducía, las lágrimas me caían por las mejillas. Estaba en mitad de una explosión de sentimientos. Adelanté por la derecha, como un rayo, a un coche de la policía de autopistas. Me sentí presa del pánico. El coche de policía se puso detrás de mí, encendió la sirena y yo reduje la velocidad. Respiré hondo, lentamente, tratando de controlarme mientras aparcaba en la cuneta. No podía permitir que un policía, un desconocido, me viera en aquel estado. Intenté dejar de llorar, pero no pude. Qué demonios, pensé, a por ello. Me permití llorar y sollozar en voz alta. El policía se acercó a la ventanilla: Marte, el dios de la guerra personificado, todo pompa y circunstancia bajo las gafas de sol reflectantes. "



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