Mis amigas las truchas (fragmento)Miguel Delibes
Mis amigas las truchas (fragmento)

"Después de tres semanas en Francia y en Italia sin arrimarme a un río, hoy me llegué al Pedroso, en Vizcaínos (Burgos), con auténtica avidez. Los hombres de mi pasta, necesitamos refugiarnos en el monte o en el río al menos una vez por semana para conservar eso que llaman equilibrio vital. Cazar o no cazar, pescar o no pescar, ya es otro asunto. Lo que uno precisa no son tanto perdices y truchas como sol y aire puro; en una palabra: respirar.
Y el Pedroso, ciertamente, me facilitó una agradable brisa, muy fina y tamizada, pero no pasó de ahí. Se mostró renuente y mudo y por primera vez hice el bolo en la presente temporada. Pero un bolo con todas las agravantes, sin botín ni picada. El revés me sorprendió, ya que este río —muy flojo para cucharilla— no se portó mal conmigo en las dos veces anteriores que le visité, la primera en 1969 y, la segunda, con la pata rota, en 1970. La primera, recorrí el curso del río con poca fortuna —cogí dos truchas— pero, al llegar al tramo final, donde las aguas se explayan, me encontré a mi hijo Juan que no hacía más que amontonar truchas mediante un aparejo laxo, que apenas se estiraba. Asombrado, me uní a él y, a la hora, habíamos hecho veinte truchas. Aquélla fue una pescata pasiva pero sumamente rentable. Los peces subían a los moscos inmóviles y los ingerían como quien se pone en la lengua una tableta de aspirina, con todo cuidado pero sin ninguna desconfianza. Allí no había tirones ni malos modos. Uno sentía tenuemente en la caña el toque del pez, y al cabo, unos leves coletazos —nada desesperados— nos advertían que el enganchón se había producido. Era como coger cachos. Bastaba rebobinar hilo sin demasiada celeridad para que la trucha pasara a engrosar una cesta que minuto a minuto iba cobrando prestancia. El hecho de que el pez asuma la mosca en los restaños y la desdeñe en las aguas movidas constituye una anomalía y como tal lo constato.
También fue singular mi segundo contacto con el Pedroso. Con la pata derecha tronzada y un yeso de cinco centímetros de espesor, sentado en una sillita plegable, me dediqué a varear el río durante dos horas y media, sin cambiar de lugar. Aunque parezca raro, al cabo de este tiempo, había prendido cuatro truchas que seguramente no hubiera prendido de ser menor mi insistencia. Esgrimo a menudo esta experiencia para replicar a los partidarios —entre los que, pese a todo, me cuento— de correr mucho río, aunque la verdad es que la trucha puede pescarse lo mismo en extensión que en intensidad. Con la cucharilla ya sabemos que es fácil despertar la agresividad del pez a base de insistencia, pero la pluma es asunto distinto. Empleando la cuerda, tres varadas diestras, bien estudiadas, en cada lanzadero nos darán probablemente el pez que está puesto, pero cien varadas en un mismo lanzadero posiblemente harán ponerse a alguna trucha que no había pensado hacerlo. Mi hijo Juan, que suele recorrer poco río, le saca a sus breves paseos mayor rendimiento que yo que soy un andarín impaciente y descomedido. Yo creo que el que ha sido cazador de perdices antes que pescador de truchas, es un zanqueador por principio, un tragaleguas, mientras que el que se ha enseñado a la pesca al mismo tiempo que a la caza, distingue entre ambas actividades y en el río suele manifestarse más premioso y perseverante que en el monte. Es obvio —y mi pescata de cojo lo confirma— que una trucha puede llegar a tomar un mosco que desdeñó en noventa y nueve ocasiones anteriores. Será cuestión de oportunidad —continuar insistiendo cuando a la trucha le asalta el hambre— o que la reiteración acaba por despertar un apetito adormecido. Lo que sea no lo sé. Lo incontestable es el hecho. "



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