Memorias de una superviviente (fragmento) "Gerald se había transformado en padre o hermano mayor de los niños. Les conseguía alimentos. En parte lo solicitaba en los mercados. La gente era generosa. Esto era lo extraordinario, que la ayuda mutua y el espíritu de sacrificio estuviesen presentes al lado del cinismo. Por otra parte, hacía excursiones al campo para obtener provisiones que aún era posible adquirir o robar. Por último, lo mejor de todo, estaba el gran huerto en el fondo de la casa, que Gerald enseñó a cultivar a los niños. Este huerto era guardado día y noche por los niños mayores, armados de revólveres o garrotes, arcos y flechas u hondas. Allí estaban, pues, el calor, el afecto, la familia. Emily creía haber adquirido una familia ya formada. Y en este punto comenzó una época nueva, extraña. Vivía conmigo, «bajo mi cuidado», lo cual era un chiste, pero a la vez, la razón por la cual seguíamos juntas. Sin duda seguía viviendo con su Hugo, a quien no se resignaba a dejar. Todas las noches, no obstante, después de comer temprano (y yo llegué a disponer la hora de esta comida de tal manera que le fuera más fácil seguir la nueva vida), me decía: «Me voy ahora, si a usted no le importa», y sin esperar respuesta y con una leve sonrisa culpable y a la vez maliciosa, partía, después de haber besado a Hugo en una pequeña ceremonia privada que era como un pacto o una promesa. En general, volvía a casa mediada la mañana siguiente. Me preocupaba, desde luego, un posible embarazo, pero las convenciones impuestas por nuestra relación me impedían hacerle preguntas, y de todos modos sospechaba que lo que yo veía como una carga imposible, que la arrastraría consigo, la destruiría, sería acogido por ella con estas palabras: «¿Qué tiene de malo? Otras han tenido niños y se las arreglaron, ¿no?». Me preocupaba, asimismo, que su relación con su nueva familia se hiciera tan estrecha que simplemente se alejara de nosotros, de Hugo y de mí. Allí estábamos nosotros, los dos, esperando. Esperar era nuestra ocupación. Nos hacíamos compañía. El hecho era, no obstante, que el animal no era mío, saltaba a la vista que no lo era. Esperaba, escuchando, a Emily, con los ojos verdes fijos y vigilantes. Siempre estaba preparado para levantarse y recibirla en la puerta —yo sabía que estaba a punto de llegar minutos antes de que apareciera, porque Hugo husmeaba u oía o intuía su presencia cuando todavía estaba a varias manzanas de distancia—. Junto a la puerta los dos pares de ojos, los verdes y los castaños, se ligaban en un deslumbrante haz de emociones. Luego Emily lo abrazaba, lo alimentaba e iban a bañarse. Todavía no había baños ni duchas en la comuna de Gerald. Después se vestía e inmediatamente se dirigía a la acera. También este período pareció prolongarse de forma interminable. Fue un verano largo con tiempo invariable, día tras día. Fue caluroso, sofocante, ruidoso, polvoriento. Emily, así como las demás muchachas, había vuelto, con el tiempo caluroso, a formas anteriores de vestirse y había abandonado las gruesas prendas que antes usara para abrigarse. Volvió a instalar la vieja máquina de coser y se confeccionó vestidos vistosos con ropa vieja de los puestos callejeros, o bien usaba directamente los vestidos viejos. " epdlp.com |