Viaje por el Imperio de Marruecos (fragmento)Jan Potocki
Viaje por el Imperio de Marruecos (fragmento)

"Llegan de todas partes noticias de un desorden total. No sólo las tropas no han sido pagadas, sino que incluso las mujeres de los diferentes serrallos, habiendo agotado ya el recurso de vender sus joyas y sus vestidos, han hecho saber que se verán reducidas a mendigar por las calles. Sin embargo el Emperador, siempre tan despreocupado, acaba de hacer distribuir entre sus amigos cierto dinero que había recibido de los europeos. Los pueblos empiezan a pensar que el uso excesivo que hace de los licores fuertes, le ha trastornado la mente y la idea de la locura junto al poder absoluto, inspira un secreto terror que sería difícil pintar. Cada uno hace proyectos para alejarse, para evitar la presencia del tirano, y el miedo hace parecer mayor el peligro de lo que lo es realmente, porque es cierto que el Emperador está todavía cuerdo, aunque es verdad que se abandona en todos sus movimientos con una presteza espantosa que, por lo demás, ha sido siempre el mayor vicio de los soberanos de Marruecos. Raramente se toman la molestia de escuchar a las dos partes; a la primera acusación, se deciden por cualquier atroz crueldad que contemplan como un acto memorable de justicia. A menudo se arrepienten cuando ya no están a tiempo y les sucede a algunos que, hacia el fin de su reinado, se corrigen un poco. Esta externa precipitación es una verdadera calamidad contra la cual se han buscado todo tipo de remedios. El país está lleno de santos asilos a los que se va a retirarse a la menor sospecha de desgracia, o bien se le presenta revestido de los ropajes de cualquier santo, o bien se le va a degollar un cordero a los pies del Emperador, y esta especie de sacrificio le obliga de algún modo a conceder la gracia de quien lo realiza. En general la presencia del Emperador inspira tal temor, que las felicitaciones que se reciben al salir de una audiencia son como si se hubiera escapado de algún peligro; y el peligro es real para la gente del país, porque todo el mundo puede acusar, es decir perder a su enemigo. Es curioso notar sin embargo que casi nadie se atreve a acusar a un hombre que goce de favor, a menos que se crea que éste pierde en las disposiciones del soberano. Se me preguntará tal vez por qué las personas en desgracia no abandonan el país; a esto respondo que los puertos están muy bien guardados para que puedan hacerlo y no hay ninguna seguridad en la costa. "


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