Juan Moreira (fragmento)Eduardo Gutiérrez
Juan Moreira (fragmento)

"Moreira, siempre negándose a huir como se lo aconsejaban Marta y Santiago, permaneció en el rancho esperando la vuelta del amigo Julián, que ya tardaba mucho.
Los días pasaron así, esperando, sin que el amigo Julián diera señales de vida, lo que hacía agolpar al espíritu del paisano mil dudas agitadas.
¿Habría muerto Vicenta? ¿Habría sucedido una desgracia al pequeño Juan? ¿Habrían mandado a ambos a la cárcel de Buenos Aires a pagar sus culpas y delitos? Estas dudas tenían sumido al paisano en una amarga ansiedad; hubiera sacrificado su libertad misma, a trueque de tener noticias tranquilizadoras de aquellos desgraciados.
Moreira pasaba el día entregado a estas cavilaciones; no comía, tomando por único alimento el eterno mate, sin cuyo desayuno un paisano es completamente hombre al agua.
A la noche daba de comer al caballo, que estaba siempre ensillado, aunque con la cincha floja; daba de comer al inseparable Cacique y extendía su manta al lado del overo bayo, donde se echaba a reposar, en su actitud favorita, con las manos sobre las armas y la cabeza sobre la almohada que le venían a formar los brazos así doblados.
Así dormitaba ligeramente, viéndosele incorporar inquieto al menor gruñido del Cacique, que de cuando en cuando salía a dar su vuelta como un rondín militar.
Y aquel hombre dormía ya ligera, ya profundamente, fiado solamente en aquel vigilante animal, cuyo finísimo olfato delataba al enemigo antes que éste estuviese a la vista.
A eso de la madrugada del tercer día, el cuzquito se levantó de la manta, dejó oír un gruñido leve, y al poco rato se puso a ladrar, arañando la cabeza de Moreira como para despertarlo.
El paisano estuvo de pie como un rayo, se acercó al overo a quien apretó la cincha con suprema rapidez, viéndose brillar en seguida en sus manos, a la escasa claridad de las estrellas que se mezclaba a esa vaga luz del crepúsculo, sus dos magníficos trabucos de bronce, que eran el arma de que se servía primero cuando el enemigo era numeroso.
Moreira permaneció largo rato en actitud de montar a caballo; se oía en lontananza el galope de varios animales, pero la vista todavía no podía apreciar los lejanos bultos.
Marta y Santiago habían salido al sentir los ladridos del Cacique, pues aquella gente no dormía, temiendo que de un momento a otro llegara una partida numerosa en busca de Moreira a quien, decía Santiago, podía la suerte cansarse de ayudar y suceder una desgracia inevitable, porque pensar que aquel hombre se entregara era pensar en locuras. "



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