Un extraño en París (fragmento)William Somerset Maugham
Un extraño en París (fragmento)

"La tela del colchón estaba tan tirante que no era posible que Madame Berger la hubiese descosido y cosido de nuevo. Si había usado durante cierto tiempo su escondite, debía de ser uno hasta cierto punto cómodo, de manera que si quería sacar de él dinero en alguna ocasión pudiera borrar rápidamente todo vestigio. Examinó la cómoda y el escritorio. No había nada cerrado con llave, y todo estaba muy ordenado. Miró el armario. Su cerebro no dejaba de pensar un solo instante. Había oído muchas cosas con respecto a escondites, a la forma en que ocultaban su dinero los rusos, por temor a los bolcheviques. Había oído contar algunos casos realmente ingenuos, que habían sido descubiertos al fin; otros, sin embargo, habían logrado escapar del peligro. Recordó el caso de una mujer, a quien habían registrado en el tren en el trayecto de Moscú a Leningrado. La habían desnudado completamente, pero había cosido un collar de brillantes en el dobladillo de su abrigo de piel, y aunque lo examinaron detenidamente no lograron descubrirlo. También Madame Berger poseía un abrigo de piel; era un antiguo abrigo de astracán que poseía desde hacía muchos años, y lo guardaba en un armario del vestidor. Lydia lo sacó y lo examinó cuidadosamente, pero no vio ni advirtió nada sospechoso. No había señales de costuras recientes. Lo volvió a colocar en su sitio, y examinó luego sucesivamente los tres o cuatro vestidos de Madame Berger. No existía la menor posibilidad de que los billetes hubieran sido cosidos a uno de aquellos trajes. Sintió una presión en el corazón. Temía que su suegra hubiese escondido tan bien el dinero que no lo encontrase nunca. Entonces recordó su idea anterior. Había oído decir a mucha gente que la mejor manera de esconder algo era hacerlo en algún lugar visible que a nadie se le ocurriera mirar allí, como por ejemplo, el costurero que Madame Berger tenía sobre una mesa cercana al sillón. Desanimada, pues había consultado el reloj y comprobado que había transcurrido una hora, empezó a registrarlo. Vio una media que Madame Berger había estado zurciendo, tijeras, agujas, varios retales y carretes de hilos de algodón o seda. Vio también una esclavina a medio terminar que se estaba haciendo para ir del pabellón a la casa sin resfriarse en invierno. Entre los carretes de hilo negro y blanco vio uno de color amarillo. Le llamó la atención. Se preguntó para qué lo usaría su suegra. Su corazón latió apresuradamente, mientras su mirada se detenía en las cortinas. La única luz llegaba a través de la puerta de cristales. Sobre éstos había un par de cortinas; otra, más larga, cubría la puerta que conducía al ropero. "


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