La caída del Rey (fragmento)Johannes Vilhelm Jensen
La caída del Rey (fragmento)

"Lucía, la muchacha de las cejas unidas sobre los ojos; Lucía, la hija del crepúsculo, no sabía reír. Sólo conseguía esbozar la mueca de una sonrisa sin alegría, como una muda que enseña los dientes amablemente cuando quiere hacer alguna advertencia. De cuando en cuando se dejaba ablandar, y entonces su sonrisa se parecía a un día de septiembre en Dinamarca, cuando los pájaros, libres de cuidados, se precipitan alegremente en bandadas bajo la bóveda del cielo transfigurado, mientras las flores se yerguen inmóviles, próximas a marchitarse. También Lucía empezaba a marchitarse. Ya habían volado lejos sus veinte años. A veces solía tararear el fragmento de una canción. Pero no estaba alegre. No sabía otra cosa que ir rodando hacia abajo como una criatura que fatalmente va bajando hacia el fondo del mar. Esto lo hacía a sabiendas y por propia voluntad de rodar. Por eso había en su modo de ser una frialdad poco acogedora. Pero, sin darse cuenta ella misma, sabía manifestar un asombro sencillo e ingenuo ante la vida como un pobre escarabajo que, caído de espaldas en una rodada, se va arrastrando patas arriba hasta que viene la rueda y lo aplasta. Pero aquella noche en que se encontraba sentada en el aposento de Axel, tenía en torno de su cabeza como una aureola hecha de deseos y de terrores. Su alma se asomaba al mundo exterior en una mirada asombrada y muda como la de los ojos de un cruzado que de repente viera abrirse rojas rosas de sangre alrededor de la sagrada cruz que ostenta sobre el pecho. Axel, cansado, no tardó en quedarse dormido. Durmió y soñó. Soñó que había entrado resbalando en otro mundo, en una penumbra indecisa. Estaba sentado a orillas del mar. Tenía a Sigrid a su lado. Sentía como si estuviera muerto de sueño. A ratos le parecía que ella se incorporaba y avanzaba a tientas para arreglar la cama: luchaba con las olas, las alisaba... Extendió la mano hacia una ola blanca para ponerla de almohada. Pero todo cuanto agarraba, se desvanecía entre sus brazos. Extendía la mano para coger las puntas de las sábanas, que se elevaban y se desvanecían, quedándose él con la mano vacía. Axel se cansaba de luchar inútilmente por capturar aquellas sábanas y almohadas siempre inquietas. Al fin abandonó todo intento. ...Poco después notó que él y Sigrid emprendían el vuelo, alejándose de la tierra. Se detuvieron un momento en el aire, y Sigrid lo tomó de la mano. Luego se fueron volando muy lejos y a una altura que daba vértigo. En medio de su pesada duermevela, creyó Axel que todavía tenían que seguir volando muy lejos por el cielo: presentía que en el último confín del mundo encontrarían un bellísimo e infinito panorama, abierto ante el asombro de sus ojos. Pero cuando habían ido ya muy lejos en su etéreo vuelo, vio que Sigrid retardaba su paso... Ella adquirió peso, y empezó a dar gemidos, y entonces los dos se lanzaron hacia abajo. Axel se despertó. Volvió a dormirse y volvió a soñar. Soñó una cosa extraña, que luego le fue imposible recordar. —Muéstrame ese lunar que tienes escondido en la nuca bajo el cabello, para que yo pueda reconocerte en la otra vida —imploró delirante en voz alta, cuando ya empezaba a asomar el día. Lucía rió, un poco avergonzada. Estaba a punto de llorar de emoción. Axel volvió a soñar que estaba volando por los aires, pero esta vez iba él solo. Iba volando en posición vertical a lo largo de las calles de Estocolmo y a la altura de los aleros de las casas: apretando los brazos contra los costados como los corredores, se mantenía en el aire en virtud de su fuerza intrínseca, y avanzaba deslizándose veloz y silencioso. Las calles estaban desiertas y sumidas en una penumbra propia para el acecho. Allá en el fondo de las callejuelas estaba viendo sombras que huían vueltas las espaldas hacia él. Por donde él va volando, todo va quedando desierto de seres humanos. El cielo estaba ardiente, amarillo, radiante: como si encerrara en sí la sabiduría de los bienaventurados. De pronto vio que la calle quedaba interceptada por una casa elevada. Axel tuvo miedo de estrellarse, en su vuelo, contra aquel muro sombrío. "


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