Claroscuro (fragmento)Nella Larsen
Claroscuro (fragmento)

"Pero la carta no apaciguó a Irene, su indignación no fue a menos por la aduladora alusión de Clare a su sensatez. ¡Como si existiera algo capaz de borrar siquiera un ápice de la humillación a la que Clare Kendry la había expuesto la tarde del día anterior!, pensó furiosa.
Con una meticulosidad insólita rompió la carta ofensiva en unos cuadraditos diminutos y desiguales que revolotearon para acabar amontonándose en su regazo negro de crepé de China. Completada la destrucción, los recogió, se puso de pie y se dirigió a la cola del tren. Una vez allí, los arrojó por encima de la barandilla y los vio esparcirse por las vías, por la carbonilla y por la hierba solitaria y los arroyuelos de agua sucia.
Y entonces, se dijo, se ha terminado. Las posibilidades de volver a echar la vista encima a Clare Kendry eran una entre un millón. Si, pese a todo, se daba la millonésima, bastaría con volver la cara y negarse a reconocerla.
Se sacudió a Clare de la cabeza para pensar en sus cosas. En la casa, en los niños, en Brian. Brian, que por la mañana estaría esperándola en la bulliciosa estación. Ojalá no se hubiera sentido solo o a disgusto en su ausencia y la de los críos. Al menos no tanto como para experimentar de nuevo aquella desazón suya, antigua, extraña, nociva, que lo movía a desear lugares exóticos y diferentes, la misma que ella se había esforzado hasta la extenuación por reprimir al principio de su matrimonio y que todavía la asustaba un poco, aunque ahora brotara a intervalos cada vez más largos.
Tales eran los recuerdos de Irene Redfield sentada en su alcoba con la segunda carta de Clare Kendry en la mano, mientras el sol de octubre, que entraba a raudales, se derramaba sobre ella.
Dejó la carta a un lado y la contempló con un asombro no exento de cierto humor por la violencia de los sentimientos que le producía.
Si se sorprendía y en cierto modo le hacía gracia no era por su profundo despecho, que, eso no lo dudaba, era razonable y estaba justificado, como lo estaba el haberlo conservado vivo e incólume a lo largo de aquel intervalo de dos años sin ver ni oír nada remotamente relacionado con John Bellew o con Clare. No le parecía extraordinario que le temblaran las manos y que la sangre le golpeara en las sienes con solo recordar las palabras y los modales de aquel hombre, pero no dejaba de ser pasmoso y hasta absurdo que se renovara dentro de ella la vaga sensación de miedo, casi pánico, de entonces.
Bien pensado, no le asombraba que Clare escribiera para expresar su deseo de volver a verla, porque aquel desprecio de los disgustos, las amarguras y los sufrimientos ajenos la retrataba. "



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