El libro de Saladino (fragmento)Ali Tariq
El libro de Saladino (fragmento)

"Parecía como si hubiéramos llegado a Damasco hacía sólo unos días. En realidad, llevábamos en la ciudad dos semanas, pero me había costado todo ese tiempo recuperarme de la tormenta de las cuatro semanas anteriores a nuestra llegada. El viaje había resultado plácido para todos los demás, aunque no para mí. Ahora era capaz de cabalgar y dominar un caballo, aunque esa actividad no me resultaba excesivamente grata. Mi cara se había quemado con el sol, y si no hubiera sido por los ungüentos que llevaban nuestros guías beduinos, el dolor me habría desesperado.
Sólo podía agradecer a mi destino que me hubiera hecho nacer judío. De ser un seguidor del Profeta del islam, me habría visto obligado, como la mayoría de los soldados y los emires, a volverme en dirección a La Meca y rezar mis oraciones cinco veces al día, normalmente al sol con todo el calor del desierto. El sultán, a quien nunca tuve por una persona excesivamente religiosa, se mostraba muy estricto en la observancia de los ritos de su religión, en su papel de comandante de las tropas. La falta de agua para las abluciones no representaba ningún problema. La arena era un sustituto adecuado. Shadhi apeló a su avanzada edad para evitar las plegarias en masa. Un día, cuando vio al sultán dirigir las plegarias, susurró: «Menos mal que no hay ningún franco en las proximidades. La visión de tres mil creyentes con el culo al aire sería un blanco demasiado bueno».
Dejando a un lado los rigores del viaje, yo me vi obligado muchas noches a sentarme en la tienda del sultán y escuchar la monótona voz de Imad al-Din recitando las historias de los califas de Bagdad. Aquello se convirtió en una tortura para mí, porque las historias que repetía las había extraído de obras que yo bien conocía.
Para ser justo con Imad al-Din, él no reclamaba la autoría del Muraj al-Dhahab y el Kitab al-Tanbih. Citaba al autor, al-Masudi, pero con su estilo de recitación propio le impartía una falsa sensación de autoridad. Quizá todo fueran imaginaciones mías. Quizá la jornada me dejaba demasiado exhausto para tener que escuchar historias que ya había leído y no me atraían gran cosa.
Dos semanas de descanso total en aquella ciudad, la más hermosa de todas, me reanimaron por completo. La alegría de poder bañarse cada día, la delicia de la comida preparada en las cocinas de la ciudadela y estar a resguardo del sol era todo lo que necesitaba.
El sultán, bendito sea, se tomó gran interés en mi recuperación. Él también se mostraba encantado de estar en Damasco, pero por razones diferentes a las mías. Aquél había sido su hogar durante varios años. Fue allí donde aprendió las artes de la guerra y las delicias del lecho de una mujer. Se sentía a salvo en aquella ciudad, y su aparición en la gran mezquita de los omeyas el viernes anterior había demostrado lo mucho que se había agigantado su estatura en lo que se refiere al pueblo llano. Shadhi me había contado que los damascenos le veían como un joven vulgar, dado a los placeres del vino y la fornicación. Las noticias de sus conquistas les habían llegado de muy lejos, y ahora apenas reconocían a su sultán. Se había convertido en un líder más grande aún que el piadoso y muy amado Nur al-Din. "



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