Los rateros (fragmento)William Faulkner
Los rateros (fragmento)

"De pie ya, le estaba golpeando, sorprendiéndole tanto (sorpresa compartida por mí) que tuve que agacharme, agarrarlo y ponerlo en pie al alcance de mis manos. Yo no sabía nada sobre boxeo y muy poco sobre peleas. Pero sabía exactamente lo que quería hacer: no sólo hacerle daño sino destruirlo; recuerdo que lamenté, quizá sólo durante un segundo (desde sólo Dios sabe qué remota encarnación en los campos de deportes de Eton), que no fuese de mi mismo tamaño. Pero sólo un segundo; no golpeaba, arañaba y pegaba patadas a un escuchimizado niño de diez años, sino a Otis y a la alcahueta al mismo tiempo: el niño demonio que degradó la intimidad de Everbe y la bruja que corrompió su inocencia: una carne que magullar y reventar, un sistema nervioso que retorcer y angustiar; más: no sólo ellos dos, sino todos los que habían participado en aquella degradación: no sólo los dos proxenetas, sino los niños canallas y sin sentimientos y los hombres brutales y sin vergüenza que pagaban sus centavos por presenciar la degradación indefensa, indefendida y nunca vengada. Otis se había dejado caer sobre el colchón, a cuatro patas ahora, hurgando en los pantalones que no llevaba puestos; yo no sabía para qué (ni me importaba), ni siquiera cuando sacó la mano y la alzó. Sólo entonces vi la hoja de la navaja en su puño, aunque tampoco me importó; aquello nos hacía en cierto modo del mismo tamaño; era mi carte blanche. Le quité la navaja. No sé cómo; nunca sentí la hoja; cuando tiré el arma lejos y lo golpeé de nuevo, la sangre que le vi en la cara pensé que era suya.
Luego Boon me estaba sujetando, los pies lejos del suelo, debatiéndome y llorando ya. Boon iba descalzo y sólo llevaba puestos los pantalones. También había aparecido la señorita Corrie, con quimono y el pelo suelto, que le llegaba por debajo de la cintura. Otis se había acurrucado contra la pared, sin llorar, pero maldiciendo como lo había hecho con Ned. "



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