Flores tardías (fragmento)Anton Chejov
Flores tardías (fragmento)

"El rubor sonrosado desapareció de sus mejillas, los labios olvidaron cómo se compone una sonrisa, el cerebro se negaba a soñar con el futuro: ¡Marusia creyó enloquecer! Le parecía que, al perder a Toporkov, su vida había perdido todo sentido. ¿De qué le servía ahora la vida si solo le habían caído en suerte necios, parásitos y juerguistas? Se volvió melancólica. Sin fijarse en nada, sin prestar atención a nada, sin escuchar nada, llevaba esa clase de vida aburrida, descolorida, para la que están tan capacitadas nuestras doncellas, viejas y jóvenes… No reparaba en los muchos pretendientes que tenía entre sus parientes y conocidos. Encaraba las circunstancias adversas con indiferencia y apatía. Ni siquiera reaccionó cuando el banco vendió la casa de los príncipes Priklonski, con todo su aparato histórico, tan entrañable para ella, y no tuvieron más remedio que mudarse a un nuevo apartamento, modesto, barato, al gusto burgués. Fue aquél un sueño prolongado, denso, en el que no faltaron, a pesar de todo, las ensoñaciones. Soñaba con Toporkov en todas sus formas: en el trineo, con pelliza, sin pelliza, sentado, caminando con prestancia. Toda su vida se encerraba en los sueños.
Pero estalló el trueno, y el sueño echó a volar desde los ojos azules con pestañas de lino… La princesa madre, incapaz de soportar la ruina, enfermó en la nueva vivienda y falleció, dejando únicamente a sus hijos su bendición y algunos vestidos. Su muerte fue una desgracia terrible para Marusia. El sueño había volado para ceder su sitio a la tristeza.
Llegó el otoño, tan húmedo y fangoso como el del año anterior.
Era una mañana gris y llorosa. Unas nubes de un color gris oscuro, como embarradas, velaban el cielo por completo y resultaban angustiosas con su inmovilidad. Parecía que el sol no existiese; en toda una semana no había echado una mirada a la tierra, como si temiera manchar sus rayos en aquel barrizal.
Las gotas de lluvia tamborileaban en las ventanas con una fuerza especial, el viento lloraba en las chimeneas y aullaba como un perro que ha perdido a su amo… No se veía una sola cara en la que no pudiera leerse un tedio desesperado.
Mejor el tedio más desesperado que la tristeza impenetrable que brillaba aquella mañana en el rostro de Marusia. Chapoteando en los charcos embarrados, nuestra heroína se arrastraba hacia la casa del doctor Toporkov. "



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